Pensé que me daría más gusto escribir estas palabras. Sinwar, el arquitecto de la masacre terrorista del 7 de octubre, ha muerto.
Sin embargo, después de un año de guerra y sufrimiento, con 101 rehenes aún bajo los túneles de una Gaza destruida, la sensación no es de gusto sino tal vez de alivio. Nada en esta guerra que ha destrozado la región y dejado a miles de inocentes muertos puede causar gusto.
No obstante, a pesar de que la caída del sanguinario Sinwar no merece una celebración, es sin duda un acto de justicia tanto para israelíes como para el pueblo palestino. El líder de Hamas no solamente fue el responsable del asesinato de más de 1,500 israelíes, la violación y el abuso de mujeres, la matanza de niños y el secuestro de centenas, sino del inicio de una guerra en la que su organización usó deliberadamente a civiles como escudos humanos, escondiéndose dentro de urbes densamente pobladas, disfrazándose de civiles, construyendo cuarteles y depósitos de armas bajo o dentro de escuelas y hospitales y, sobre todo, sacrificando a miles de palestinos en aras de conseguir un sueño mesiánico de destrucción y caos.
Tanto el asesinato de civiles israelíes como la muerte de miles de civiles palestinos, como resultado de la inevitable respuesta israelí, eran parte del cálculo de Sinwar. Para él las vidas de niños, mujeres y hombres palestinos no fueron sino un pequeño precio a pagar a cambio de la gloria de la “liberación”; una fantasía mesiánica en la que se imaginaba a sí mismo como el representante de Dios y salvador del islam. El régimen totalitario que instauró Sinwar en Gaza desde su ascenso al poder en 2017 logró suprimir a la oposición, silenciando a la crítica con violencia. Sin embargo, desde principios de este año, con Hamas escondido cobardemente bajo los túneles de Gaza y mientras la población civil batalla por sobrevivir, se comenzaron a escuchar las primeras voces palestinas, en años, que culpaban a Sinwar por la desgracia que trajo a su pueblo. Además del dolor que causó en Israel y de la destrucción total de Gaza, la guerra de Sinwar alejó a los palestinos, más que nunca, de su anhelada autodeterminación.
Sinwar, el arquitecto del dolor de tantos, ha muerto, ¿pero ahora qué? Ésta es una oportunidad de oro tanto para Israel como para la sociedad palestina. Por un lado, Israel puede declarar victoria, ofrecer un pase seguro y dinero a cualquiera que regrese a un rehén, firmar un cese al fuego y aprovechar el caos para dividir lo que queda de Hamas e introducir fuerzas moderadas y a países árabes dispuestos a ayudar a gobernar y reconstruir Gaza. Por el otro, el pueblo palestino tiene la oportunidad de sublevarse contra Hamas, terminar su reino de terror y optar por un gobierno pragmático que busque su autodeterminación por medio de la lucha pacífica. No obstante, las voces de extremistas de ambos lados de la frontera, ésas que han controlado el discurso y el poder en los últimos años, intentarán con todas sus fuerzas convertir ésta en una guerra interminable.