Hay años extraños. 1981 fue así. Alegrías no hubo muchas, pero una de ellas, el triunfo de Fernando Valenzuela en la Serie Mundial marcó aquellos días en que ya empezaban a soplar los vientos de una crisis que se prolongaría por más de un lustro.
El precio del petróleo había caído, lo que significaba que se terminaba la época de una abundancia que nunca se administró y de la que hubo que pagar el costo de sus celebraciones para empezar con un recorte del gasto público del 4%.
El director de Pemex, Jorge Díaz Serrano, renunció y con el tiempo terminaría en la cárcel.
Venía algo fuerte, aunque no podíamos imaginar sus dimensiones, pero que se concretarían, un año después, en la nacionalización de la banca y el control de cambios. Conseguir dólares era una proeza y el peso estaba por los suelos.
Había pistas, señales, y acaso augurios, como los tres aviones de pasajeros que se accidentaron en mayo, junio y noviembre. Un Convair 440-11 en Oaxaca y dos DC-9, en Chihuahua y Guerrero, respectivamente.
Pero en esos días trepidantes, se desarrollaba una historia que habría de marcar al beisbol, por supuesto, pero también al grupo de amigos que nos reuníamos para atestiguar algo que percibíamos sería grande y que se transformaría en el pretexto de pláticas interminables a lo largo de los años.
Es más, algunos de entre ellos aseguran que los mejores tacos de cochinita sólo son posibles en un estadio beisbolero o de perdida junto al televisor. Quizá, aunque debatible, pero sí hay algo de mágico, de especial.
Sí, Los Ángeles Dodgers era como reconquistar California, como demostrar en el espacio de un diamante, que esa tierra era nuestra por derecho y por beisbol.
El Toro Valenzuela nos convocaba inclusive a los que no éramos aficionados. Tenía sentido, porque se trataba de un joven sonorense que estaba llegando a la cúspide de un juego lleno de estrategia y sorpresas.
Además, jugó la serie con la camiseta 34 de LA Dodgers y enfrentó con inteligencia a los New York Yankees derrotándolos con tesón e inteligencia.
El beisbol se podía ver por televisión abierta, en contadas ocasiones, y escucharse por la radio, donde conductores como Pedro El Mago Septién lograron piezas narrativas de alta calidad.
Tanta fue la destreza de Valenzuela en esa temporada, que recibió el premio Cy Young, como novato del año.
El Toro, aunque él no lo supiera, nos acompañó en un tiempo de angustias. Nos unía y eso era importante.
Pero en octubre de ese 1981, se labraron las palabras de El Mago Septién: “¡Bravo por ti, Fernando! Eres en el beisbol, oro, mezquita, basílica y cactus, suena esto a mariachi, a jarabe, a copal y a cera.”
En efecto, El Toro Valenzuela, un grande que trasciende su propia vocación, que anima y enseña. Como el beisbol, como la vida misma. Era y es, una leyenda.