¿Se ha percatado usted de que en el debate político actual todos los participantes hablan con pasión sobre la democracia, se llaman a sí mismos demócratas, dicen defender la democracia y que, sin embargo, no se ponen de acuerdo acerca de lo que entienden por la democracia?
Resulta evidente que la palabra “democracia” se ha vuelto un comodín que se ajusta al discurso de cualquier político que quiera convencernos de que sus motivaciones son puras y sus propósitos nobles. Tanto han manoseado el concepto de democracia que ya no sabemos de qué se habla cuando se le utiliza en una discusión. No debe extrañarnos, por lo mismo, que algunos críticos ya no quieran saber nada de ese concepto, porque se ha vuelto vacío, confuso, un artilugio para el engaño. Ésa es la posición de un filósofo contemporáneo, Herman Cappelen, quien en su libro The concept of democracy (Oxford University Press, 2023) sostiene que el concepto de democracia ha perdido su significado y que lo mejor sería abandonarlo para reemplazarlo por otros conceptos mejor acotados que nos permitan construir una mejor sociedad.
Propongo que hablemos de “conceptos manoseados”, es decir, de conceptos que han ido perdiendo su perfil, su sentido y su valor por su uso desmedido y, sobre todo, por su uso perverso. Uno de ellos, como ya vimos, es el de democracia, pero no es el único. Hay otros conceptos importantes que padecen del mismo problema: su uso deviene en abuso. Pensemos, por dar unos cuantos ejemplos, en los de persona, felicidad, amor, sexo, progreso y paz. No en balde, en la Biblia se prohibe usar el nombre de Dios en vano, es decir, se prohíbe andar manoseando esa palabra en cada ocasión que nos convenga. No obstante, la estrategia de prohibir el uso del concepto de democracia o de cualquier otro semejante (o incluso del de Dios), no me parece la más adecuada. Habría que buscar otra manera de preservar su significado y su valor que no fuera la de obligarnos al silencio. Me parece que estamos ante un problema legítimo que no podemos ignorar.
Una manera de entrar en el tema es hacer una distinción entre dos tipos de conceptos manoseados, aquellos que han perdido irremediablemente su sentido y su valor y aquellos que todavían pueden recuperarse, repararse. Llamaré a los primeros “conceptos desgastados” y a los segundos “conceptos manchados”.
Hagamos una analogía con las monedas. Hay monedas que por tanto uso, por tanto pasar de mano en mano, se van desgastando al grado de que quedan lisas, se borran sus grabados. Hay otras monedas, en cambio, que se manchan por el uso, se oxidan, se empañan, pero que si se les limpia, dejan ver su brillo original, sus figuras. Una moneda desgastada se saca de la circulación, se reemplaza por otra. Una moneda manchada, en cambio, recobra su valor cuando se la pule.
Con esta distinción en mente, podemos entonces preguntarnos si el concepto de democracia es uno desgastado o simplemente manchado. Y lo mismo podemos hacer acerca de otros conceptos centrales de nuestro esquema conceptual. Resolver esta interrogante es una labor propia de la filosofía, sobre todo de ella, porque no estamos ante un problema que se resuelva únicamente por consideraciones lingüísticas, sociológicas o antropológicas, por relevantes que puedan resultar.
La tarea filosófica que me resulta más interesante es la que podríamos denominar “reparación conceptual”. ¿Qué podemos hacer, por ejemplo, para volver a darle brillo a conceptos como el de la paz o el del amor? No se trata de sacarlos de la circulación, tampoco de guardarlos en un entorno reducido, privilegiado, esotérico. Lo que se pretendería sería que se siguieran usando por todos, se siguieran pasando de mano en mano, pero que su brillo no se perdiera, que conservaran su valor, que brindaran el mismo servicio. Encontrar la manera en la que esto fuera posible —si es que lo es— nos permitiría preservar no sólo algunos de los pilares más antiguos de nuestra civilización, sino de nuestra humanidad. Podría decirse que los seres humanos vivimos dentro de una atmósfera de palabras que debemos cuidar para seguir respirando los conceptos que nos dan aliento, que nos mantienen en pie. La responsabilidad de la filosofía ante este reto es enorme.