Tras la última reforma electoral de 2014 ha habido una serie de cambios significativos en la esfera política, principalmente en términos de acceso al poder para las mujeres; en 2015 no había gobernadoras en el país, en la actualidad 13 mujeres estarán a cargo de gubernaturas, y hoy México tiene a su primera Presidenta en el ejecutivo y judicial. Con la resolución de hace unos días del Tribunal Electoral, también se abre la puerta a la alternancia de género en las dirigencias partidistas, lo que incidirá también en posiciones congresionales, como coordinaciones parlamentarias y comisiones de mayor poder.
En los próximos años, con la legislación, entidades que aún no han tenido gobernadora, muy probablemente la tendrán, con lo que se terminará de cerrar un ciclo de apertura al que aun le falta un elemento fundamental, el acceso a la justicia. No cabe duda que en los últimos años, con más acento a partir de 2019, ha habido una irrupción contundente de la agenda progresiva, que en los casos más extremos provocó la famosa cultura de la auto-cancelación o de la corrección.
Dicha cultura fue dejando bajo la alfombra a las opiniones más tradicionales, que en los últimos años habían estado perdiendo foro, o al menos en apariencia estaban acalladas, o autocanceladas; sin embargo, parece que ese ciclo está dejando de suceder y cada vez se comienzan a observar más voces que apelan contra lo progresivo.
Creo que existen señales de que las visiones tradicionales en México han encontrado en un punto de rompimiento con la narrativa de los últimos años. Hay casos, aun aislados, pero cada vez más con mayor densidad, de narrativas contrarias a las voces progresistas, que tienen eco, señalan con vehemencia sus puntos y encuentran mayor receptividad. Poco a poco estos puntos encuentran más espacio en redes sociales y medios de comunicación. Creo que aun no se podría decir que existe una articulación de alguna reacción, pero sí se aprecian algunos elementos que han ocurrido en otros países latinoamericanos.
Ahí están los casos de Argentina y Chile, en el cono sur, donde Milei y Kast apelaron a los valores tradicionales de sus sociedades, señalando la pérdida de representación de los mismos. En un inicio muchos analistas pensaban que sus movimientos no pasarían ni siquiera del 10%, sin embargo, en una coyuntura mundial se han venido consolidando, pese a gobiernos prácticamente infranqueables que cayeron en sus propias crisis y coyunturas. México obviamente no está aislado de estos movimientos en el escenario global y latinoamericano.
Lo anterior viene a cuento por las palabras del senador Adán Augusto López, que señaló que a las oposiciones les tardaría 50 años volver a tener mayorías. Es cierto que el diseño que están generando desde Morena, eso intenta, el establecimiento de un largo periodo de control gubernamental. Sin embargo, dicho modelo tampoco ha sido “estresado”, por lo que en sí mismo es imposible entender sus debilidades hoy en día.
Morena mismo es producto de las debilidades del Pacto por México, ya que, en 2014, nadie se habría esperado la explosión morenista de 2018, en cambio, en ese momento PRI, PAN y PRD se imaginaban gobernando México por un largo periodo bajo la figura de los “gobiernos de coalición”, que no era más que un esquema de combinación múltiple (PRI-PAN; PAN-PRD; PRI-PRD) que provocaría mayorías que nunca llegaron; cómo olvidar las expresiones de Gustavo Madero en el sentido de que estaban “cogobernando” mientras negociaba el pacto. Seguramente el Madero de 2014 se imaginaba con la banda presidencial de 2018, cosa que estuvo lejos de suceder.
Parece que la disputa en adelante, nuevamente será por los valores sociales, porque las señales ya se están emitiendo cada vez con más agudeza, y aunque hoy no están en la arena política institucional, ya comienzan a estar en la arena social. Quienes somos observadores de estos fenómenos debemos estar atentos, con agudeza, porque todo marca que la disputa por los valores se tornará cada vez más relevante.