El caso Errejón: aunque el macho se vista de progre

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

La semana pasada, el político español de izquierdas Íñigo Errejón presentó su renuncia como vocero del grupo parlamentario SUMAR. Durante su meteórica carrera política, siempre se presentó como un defensor de la causa feminista.

Errejón se dio a conocer en la vida pública a través del movimiento global de los indignados. En la primavera de 2012, surgieron indignados en todo el mundo: desde los manifestantes de la Plaza del Sol en Madrid, pasando por el movimiento contra la violencia impulsado por Javier Sicilia en México, hasta los estadounidenses que tomaron Wall Street y los estudiantes del movimiento Yo Soy 132 en México.

Errejón pertenecía al primer grupo, que utilizó como plataforma para lanzar su carrera política. En 2015, fue elegido diputado en el Congreso con el partido Podemos. En 2018 se postuló a la presidencia de la Comunidad de Madrid, pero tras romper con su colaborador político, Pablo Iglesias, decidió unirse a la organización Más Madrid. Desde entonces, participó en el Parlamento autonómico de Madrid en 2019.

La renuncia de Errejón fue precipitada por una acusación de violación, además de varias denuncias de abuso y maltrato. Apenas dos horas antes de la entrega de esta columna, se presentó otra denuncia de violación.

A continuación, reproduzco algunas frases de su carta de despedida:

“En la primera línea política se subsiste con una forma de comportarse que se emancipa de la empatía. Esto genera una subjetividad tóxica que, en el caso de los hombres, el patriarcado multiplica.

“He llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona. Entre una forma de vida neoliberal y ser portavoz de una formación que defiende un mundo más justo”.

En la carta no hay mención alguna sobre el tema de las acusaciones; ni una palabra. Sólo insinuaciones y un “giro de tuerca” —el método favorito de los fundadores de Podemos— para presentarse, finalmente, como la víctima. ¿Víctima de qué? Del patriarcado, del neoliberalismo, de su propia dedicación en la primera línea política. Por eso se retira. No porque haya fallado o cometido errores —¡por favor, los hombres de izquierdas no se equivocan!— ni porque haya lastimado a algunas personas (no perdamos el enfoque, lo único que importa es el hombre de izquierdas). No, necesita tiempo para sí mismo. Así, el personaje de hombre deconstruido, aliado, deja al descubierto a la persona que realmente es Íñigo: en sus actos y en su vergonzosa carta.

¿Qué nos demuestra el caso de Errejón? Que el feminismo no es una causa que se defina por coordenadas políticas o económicas (ni de izquierdas ni de derechas) porque el machismo circula en las venas de todos.

Simone de Beauvoir lo entendió bien: el feminismo no es una cuestión de clase social; el problema de las mujeres es un asunto de castas. Mientras domine el patriarcado, la mujer nace y muere en la misma posición. Sólo mediante la construcción de una agenda propia, de alianzas y de un proyecto de vida podemos superar la condición inicial y “hacernos las mujeres” que queremos ser.

Íñigo Errejón creyó que se despedía con una gran carta. En realidad, escribió un ignominioso epitafio.

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