La elección del Madison Square Garden en Nueva York para albergar el cierre de campaña de Donald Trump no fue trivial.
Fue allí, en ese recinto, donde la federación germano-estadounidense (el Bund) celebró un rally nazi masivo en 1939; la estética y el contenido del evento de Trump no hicieron sino recalar las semejanzas entre dos de las congregaciones políticas más peligrosas en la historia de Estados Unidos.
Todos vimos o escuchamos los insultos racistas en el rally en contra de latinos y de la bella isla de Puerto Rico. Sin embargo, quienes han estado siguiendo de cerca este ciclo electoral pueden constatar que éste es sólo el ápice de un proceso de radicalización del expresidente y su campaña. Hay quienes preguntan, si Donald Trump es un fascista —como lo dijo John Kelly, quien fuera su jefe de gabinete— ¿por qué no avanzó causas fascistas durante su presidencia? Olvidaron ya la separación de familias en la frontera y las imágenes de niños migrantes en jaulas; olvidaron el ataque violento al Capitolio. Muchos también olvidan que todos los líderes fascistas tienen siempre un proceso de radicalización.
Donald Trump comenzó su carrera política con ataques en contra de latinos y la promesa de construir un muro. Su oposición a la migración sigue siendo el eje central de su movimiento. Sin embargo, esta vez, las amenazas se han extendido a más y más grupos y sus metas son mucho más oscuras. Trump, una y otra vez durante su campaña, y de manera clara, ha dicho que de llegar a la presidencia intentará utilizar al Estado y al ejército para actuar en contra de sus rivales políticos y manifestantes, en contra del “enemigo interno”.
El cierre de campaña de Kamala Harris no pudo ser más diferente. Hablando desde el Elipse en Wa-shington, el lugar en donde Donald Trump diera el discurso que desató el ataque al Capitolio, Harris enfatizó la amenaza que representa el expresidente. Sin embargo, a diferencia de Hillary Clinton en 2016, presentó además una visión concreta tanto en términos de política pública como en el ámbito político y moral.
A pesar de que muchos, resaltando algunos de los errores políticos y mediáticos de Harris en el pasado, auguraron una campaña llena de fallas y tropiezos, la vicepresidenta ha conseguido, hasta el momento, algo que parecía casi imposible: unificar a los demócratas y recuperar el terreno que Biden había perdido, regresando a su partido a la pelea por la presidencia. Después de una exitosa convención y de su victoria contundente en el debate, Harris logró incluso algo con lo que había batallado anteriormente: dar una serie de buenas entrevistas en televisión incluso, y sobre todo, aquella en Fox News, la cadena de la derecha estadounidense.
Harris mostró su enorme capacidad política haciéndose fácilmente de la candidatura y mostró su talento para hacer campaña. Sin embargo, su éxito en estos últimos 100 días no garantiza la victoria. Como predicen las encuestas, la elección es un volado. De un lado de la moneda se encuentra una mujer que promete ser la presidenta de todos, incluso de aquellos que no voten por ella. Del otro, un hombre que quiere acabar con sus “enemigos internos”. Nosotros, los latinos, debemos decir de manera contundente ¡Es Harris!