Ya he escrito en este espacio y declarado en otros que en algún momento de mi práctica clínica dejé de hacer terapia de pareja porque el grado de desgaste era insostenible.
Tengo colegas cercanas que dedican su vida profesional a ayudar a las parejas a que entiendan sobre qué fundamentos está basado su vínculo, cuáles son las funciones que le han depositado al otro como consolar, proteger, tranquilizar, pero también cómo lo han convertido en la causa de sus desgracias. Es muy fácil verse como la víctima de una relación y muy difícil aceptarse con valentía: alguien con luces y sombras, con virtudes y defectos, capaz de cuidar, de destruir, de amar y de odiar: eso que llamamos la posición depresiva, cuando logramos desidealizarnos y vernos de una forma más integrada y realista.
Escuché una entrevista a Esther Perel, famosa terapeuta de parejas y aunque encuentro interesante algunas de sus ideas, mucho de lo que dice me parece impracticable.
Perel afirma que para que una pareja renazca de las cenizas debe volver a sentir curiosidad por el otro. Ese otro que nos sabemos de memoria si me permiten la exageración y que ha dado muestras repetidas de su incapacidad de cambio. ¿De dónde se sacaría la curiosidad en una relación desgastada por la parálisis?
Las únicas dos opciones, continúa Perel, son vivir juntos muertos o seguir juntos vivos. Le apuesta a la posibilidad de que una pareja rota, lastimada, en conflicto, llena de resentimientos, vuelva a la vida. No cabe duda que para decir lo que dice, para impartir talleres y escribir libros, Perel requiere de un optimismo notable.
Lo cierto es que las parejas rotas están polarizadas y tienen versiones incompatibles sobre lo que los llevó a dejarse de querer. Pedir perdón es importante, pero a veces llega demasiado tarde, o a veces, después de pedir perdón sobre lo mismo pero sin ningún cambio en la conducta, la palabra pierde su significado.
Perel no le da demasiado crédito a la compulsión a la repetición que nos hace elegir pareja desde un lugar inconsciente para resolver el conflicto original. Tiene razón hasta cierto punto. No hay ninguna teoría que sea más verdadera que lo que experimentan dos que algún día se quisieron. Lo mismo ocurre con modas como creer que el vínculo amoroso se puede entender si se comprenden los estilos de apego. O si sabemos cuál es el lenguaje del amor de la pareja. Como si fueran fórmulas mágicas para no equivocarnos al amar, cuando lo único seguro es que en una relación amorosa habrá alegrías pero también lastimaduras. Tal vez tendríamos que pensar formas más sofisticadas para describir lo que le pasa a las parejas y no categorizarlas rígidamente.
Perel enfatiza muy bien la gran pregunta de todas las parejas: ¿cómo puedo estar cerca de ti sin perderme a mí? Algunas personas necesitan más libertad, tienden a sentir fobia con la cercanía, se sofocan. Otras tienen más miedo de ser abandonadas y necesitan más protección, conexión y actividades compartidas. Estar en pareja es hacerse la pregunta de quién soy yo contigo y sin ti.
En las parejas se cometen errores, hay malentendidos y también traiciones. Si vale la pena tomarse el trabajo de reparar depende de muchas variables. Tal vez en los treinta o cuarenta la disposición y la capacidad real para cambiar sea mucho mayor que a edades más avanzadas.
Muchas veces uno de los miembros de la pareja es incapaz de aceptar que ha hecho daño, que ha lastimado y que debería sentir remordimiento y culpa. Prefiere creer que no fue para tanto, que es una exageración del otro y así poder preservar la imagen idealizada que tiene de sí mismo. A veces nos valoramos mucho más a nosotros que al otro.
Escucho a Perel y me llama mucho la atención tanta energía puesta en el tema de la pareja, una diada que si bien la gente sigue considerando un modo deseable de vida de ningún modo es una relación que por sí misma haga más feliz a la gente.
Lo que hace feliz a la gente es vincularse con sus hijos, mascotas, padres, amigos, colegas, con sus proyectos profesionales, con sus pasiones personales, con su vida deportiva, con sus hobbies, con su amor por la vida.
En mi microcosmos veo muy pocas parejas felices, las cuento con los dedos de una mano. Veo muchas parejas resignadas, aburridas, otras unidas porque lo que Dios ha unido no lo debe separar el hombre, parejas incapaces de separarse no por amor sino por patología, por dependencia, por un sentido psicótico de que el otro les pertenece.
Quizá ya sería tiempo de que nos ocupáramos mucho más de cuidar otros vínculos y preocuparnos menos por la reparación de las parejas.
También puedes escuchar la columna aquí.
¿Vale la pena salvar a las parejas?¿Vale la pena salvar a las parejas?
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