APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

La diplomacia partisana de Javier Milei

Javier Milei durante un mitin en Buenos Aires, Argentina, en septiembre pasado. *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Copyright 2024 The Associated Press. All rights reserved.

El presidente de Argentina, Javier Milei, es un político de gestos, como los grandes o pequeños demagogos de todos los tiempos. Sus discursos quedan encapsulados en frases o máximas y sus apariciones tienden siempre a una teatralidad afectada. Tres gestos de los últimos días retratan de cuerpo entero a Milei como político y, a través suyo, a la derecha latinoamericana más extremista.

Primero Milei redujo la biografía de Raúl Alfonsín al calificativo de “golpista”, en alusión de la oposición del ex presidente argentino, fallecido en 2009, al gobierno de Fernando de la Rúa en 2001. Alfonsín, el dirigente de la Unión Cívica Radical, que se opuso a la última dictadura militar y encabezó el primer gobierno de la transición democrática hace poco más de cuarenta años.

Tanto el abuso del término “golpista” como la descalificación de Alfonsín exhiben la incomodidad de Milei con la experiencia histórica de la transición. Ambos impulsos son perfectamente reconocibles y documentables en la izquierda latinoamericana autoritaria de las dos primeras décadas del siglo XXI ¿Cuántas veces no hemos oído el cargo de golpismo o la analogía entre transición y neoliberalismo en esa misma izquierda?

Luego Milei destituyó a su canciller, Diana Mondino, fiel seguidora del programa de La Libertad Avanza, el partido del presidente, porque Argentina, como es habitual en su política exterior, votó contra la permanencia del embargo comercial contra Cuba en la Asamblea General de la ONU

Luego Milei destituyó a su canciller, Diana Mondino, fiel seguidora del programa de La Libertad Avanza, el partido del presidente, porque Argentina, como es habitual en su política exterior, votó contra la permanencia del embargo comercial contra Cuba en la Asamblea General de la ONU. En América Latina, históricamente, todos los gobiernos, sean de derecha o izquierda, se han opuesto a esas sanciones de Estados Unidos.

Milei está intentando alterar la práctica de una política exterior de Estado, preservada por una diplomacia profesional durante décadas, lo mismo bajo los gobiernos de Menem o Duhalde, los Kirchner o Macri. Lo que buscaría ese giro es partidizar la diplomacia o introducir una política exterior partisana ¿Dónde más hemos visto esa faccionalización del interés nacional, si no es en la corriente bolivariana de la izquierda regional?

Milei, como antes Jair Bolsonaro, se presenta como la némesis de los gobiernos de izquierda en América Latina, sin distinguir los que son democráticos y los que son autoritarios. Todos son lo mismo, comunistas o potencialmente comunistas: “zurdos de mierda”, dice el presidente argentino, en una mala copia de la doctrina inquisitorial de Joseph McCarthy en los años 50

Por último Milei dio plena claridad a ese proyecto costoso y, a la larga, insostenible de una diplomacia partisana en Argentina. Ordenó una auditoría del cuerpo diplomático del Estado para depurar ideológicamente el servicio exterior. A su juicio, es intolerable que las relaciones internacionales de su gobierno sean conducidas por funcionarios que no suscriban la doctrina de La Libertad Avanza, el partido en el poder.

La pregunta se canta sola: ¿en qué países latinoamericanos, al menos en el siglo XXI, se ha producido una subordinación tan cabal de la diplomacia a la ideología oficial y a las alianzas geopolíticas del gobierno? Sin duda, en los menos democráticos: en Venezuela, donde ahora mismo se acusa al presidente de Brasil, Lula da Silva, de “traidor” y “agente de la CIA”, o en Nicaragua, donde Daniel Ortega ha dinamitado las redes internacionales de su gobierno, incluidas las de la Iglesia católica.

Milei, como antes Jair Bolsonaro, se presenta como la némesis de los gobiernos de izquierda en América Latina, sin distinguir los que son democráticos y los que son autoritarios. Todos son lo mismo, comunistas o potencialmente comunistas: “zurdos de mierda”, dice el presidente argentino, en una mala copia de la doctrina inquisitorial de Joseph McCarthy en los años 50. Recomponer el cuerpo diplomático argentino a partir de un principio de lealtad ideológica al partido gobernante sería otra señal de regresión autoritaria.

Pero al igual que en los tiempos recios del anticomunismo de la Guerra Fría, en esa indistinción, Milei termina reproduciendo las mismas pautas autoritarias de sus rivales. Una de esas pautas es la búsqueda de una diplomacia partisana a nivel regional e internacional, que conduciría a Argentina a ser un apéndice de la política exterior de Estados Unidos e Israel.

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