El Colegio Electoral en Estados Unidos no solo decide quién ocupará la presidencia, sino que refleja las tensiones económicas y políticas del país. Bajo la lógica del “winner-takes-all”, ganar por márgenes pequeños en estados clave otorga todos los votos electorales de esos territorios, sin importar el voto popular. Esto permite que mínimas victorias en estados estratégicos determinen el resultado, como ocurrió en 2016 y 2020, dejando fuera a millones de votantes en otras regiones. La presidencia, así, no siempre se define por el apoyo nacional, sino por la habilidad de los candidatos para capitalizar ventajas en los lugares adecuados, exponiendo la desigualdad electoral.
En 2016, Donald Trump aprovechó este sistema. Aunque perdió el voto popular por 2.8 millones, ganó los 304 votos electorales necesarios al asegurar victorias en Michigan, Wisconsin y Pensilvania, estados afectados por la desindustrialización. Su mensaje de proteccionismo y nacionalismo económico resonó con votantes de clase trabajadora, en busca de una recuperación. La lógica del “winner-takes-all” transformó esas pequeñas ventajas en una victoria decisiva. Sin embargo, en 2020, la gestión de Trump durante la pandemia de COVID-19 debilitó su narrativa económica, permitiendo que Joe Biden ganara los mismos estados clave con un enfoque en recuperación sanitaria y económica. Biden movilizó votantes jóvenes, suburbanos y minorías, logrando 306 votos electorales y superando el voto popular por 7 millones, demostrando que este sistema puede alterar los resultados incluso si el voto popular se mantiene estable.
El sistema premia la concentración de votos en pocos estados decisivos, relegando a votantes en territorios seguros y reflejando una lógica económica: pequeñas ventajas generan grandes beneficios, así como mínimas victorias en estados cruciales pueden definir la elección. Esto impulsa a los candidatos a enfocarse en estados oscilantes como Michigan, Georgia o Arizona, mientras otros estados quedan relegados.
No será un martes cualquiera
De cara a 2024, tanto Trump como Kamala Harris enfrentan el reto de conectar con votantes clave. Trump buscará recuperar su mensaje de crecimiento económico y empleo, mientras Harris se centrará en consolidar el legado del gobierno mediante inversiones en infraestructura y programas sociales. La pregunta sigue siendo: ¿puede el Colegio Electoral seguir representando de manera justa al electorado?
El 5 de noviembre de 2024, el sistema se pondrá a prueba nuevamente en un contexto donde economía y democracia parecen chocar. El futuro del país dependerá de quién logre inclinar la balanza en los estados decisivos y si los votantes elegirán al candidato que mejor represente sus intereses o si el sistema continuará profundizando las desigualdades en la representación. La carrera ya está en marcha, y lo que está en juego no es solo el liderazgo de la nación, sino la capacidad del sistema para reconciliar los intereses económicos y sociales de un país dividido.