No llames a la muerte, muchacho. La muerte se pasea sola y se aparece a cualquier hora.
Elena GarroPor
La presencia de la muerte en la literatura mexicana es el símbolo vibrante, misterioso y profundo de la vida misma. En nuestra mexicanidad resulta indispensable la muerte, ella nos habita de manera natural, su presencia la hacemos patente en nuestro lenguaje, en nuestros referentes, en nuestros albures, en nuestras amenazas y advertencias. Creo que en muy pocas culturas se tiene una relación tan estrecha con la muerte que conjuga de manera fantástica, el humor, la tristeza, la resignación, el respeto e incluso la irreverencia.
La feminidad de la muerte y el realce que nuestra cultura le brinda, no solamente despierta admiración sino que puede resultar atractiva; en este sentido, ninguna cultura posee una estética de la muerte tan seductora, colorida y mística a grado tal que la encontramos en los ámbitos importantes de nuestro patrimonio, por ejemplo, la gastronomía, la artesanía, el cuento popular y fantástico, la poesía, el grabado, la pintura, la crónica, el ensayo, el cine, la danza, la religión y el teatro (por citar algunos) la han colocado al centro de muchas de sus creaciones. La “Pálida enlutada”, por lo tanto, la hallamos en la literatura de hombres como Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Gutiérrez Nájera, Octavio Paz, José Revueltas, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco, Juan José Arreola, Francisco Tario, quienes figuran como creadores que le han otorgado una valor excepcional en su obra. De esa mortecina inspiración podemos encontrar novelas como Pedro Páramo, considerada por muchos autores como la mayor obra literaria mexicana de todos los tiempos:
“El calor me hizo despertar al filo de la medianoche. Y el sudor. El cuerpo de aquella mujer hecho de tierra, envuelto en costras de tierra, se desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco de lodo. Yo me sentía nadar entre el sudor que chorreaba de ella y me faltó el aire que necesitaba para respirar ... No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca, deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir, cada vez menos; hasta que se hizo tan delgado que se filtró entre mis dedos para siempre”.
Con un tono literario diferente, pero igual de exquisito están Entre tus dedos helados o La muerte de Artemio Cruz, El luto humano, Los muros de agua y El laberinto de la soledad, entre otras. Y de esta relación con la muerte contamos con creadoras quienes, desde sus perspectivas y visiones, han producido una legado sin parangón: Amparo Dávila, Ángeles Mastretta, Frida Kahlo, Josefina Vicens, Inés Arredondo, Guadalupe Nettel, Ángeles Mastretta, Cristina Rivera Garza, Rosario Castellanos, Elena Garro, Carmen Boullosa, Elena Poniatowska y María Luisa Ocampo, quienes figuran en el panorama literario universal, esto sin mencionar a las escritoras contemporáneas y poetas de la época actual quienes, ya en su conjunto, constituyen un acervo intelectual excepcional.
De manera obligada hay que hacer referencia a los poetas José Gorostiza con Muerte sin fin y a Xavier Villaurrutia con Nostalgia de la Muerte, Décima Muerte e Invitación a la Muerte. La visión mexicana ha generado estudios como el Vocabulario Mexicano Relativo a la Muerte, del filólogo Juan Lope Blanch y que es una fuente maravillosa para quien desee conocer el fondo y el trasfondo de una costumbre sin precedentes.