La película The Susbstance (2024), Coralie Fargeat, ha sido alabada por su estética, por su sentido del humor en medio de escenas terroríficas, por los homenajes que hace a otros directores. Yo diría que la película está bien a secas, en particular por las conversaciones que ha provocado y por la notable autoparodia de Demi Moore, quien es una mujer espectacular de 62 años que se ha sometido a un montón de operaciones estéticas, que es increíblemente bella y que se ve ridículamente joven.
Elizabeth Sparkle cumple 50 años, es una actriz en declive, que acaban de despedir de la cadena de televisión donde tiene un programa de aeróbics a lo Jane Fonda. De manera misteriosa se pone en contacto con una empresa que le ofrece un tratamiento para conseguir la mejor versión de sí misma. Están involucradas unas agujas enormes para inyectarse la sustancia y unas instrucciones que pronto se revelan como imposibles de cumplir. Elizabeth Sparkle es una mujer sola y aislada en su torre de lujo en Los Ángeles, para quien la única forma de seguir teniendo trabajo y continuar siendo objeto de deseo, es ser joven y perfectamente bella o será reemplazada por alguien más en una industria que desecha mujeres rápidamente.
Para algunas profesiones hacerse viejo es mucho peor: actores, actrices, modelos, deportistas, bailarines. Otras profesiones no dependen tanto de la juventud ni de la belleza, al contrario, se tiene más prestigio mientras más años y experiencia se ganan.
Lo que Merino dejó en el edén
El terror a envejecer es definitivamente femenino. Son las mujeres quienes en más de un 90 por ciento recurre a tratamientos de rejuvenecimiento. Mujeres normales que no viven de la perfección de su cuerpo o de su cara, que ahorran, planean y ejecutan procedimientos para verse más jóvenes. Mujeres inteligentes, que han vivido de la belleza de su mente, sufriendo el irremediable paso del tiempo, hablando de la vejez como algo horrible, detestable y muy difícil de aceptar.
Algunos de los miedos a envejecer son quedarse fuera de la jugada, ser excluidas, dejar de ser atractivas, sexualmente deseables, dejar de ser productivas. El terror a que nos hagan a un lado en el trabajo, a perder la identidad si dejamos de trabajar por despido o por jubilación.
¿Cuál es la identidad de una mujer cuando ya no es joven, bella y delgada?
Es que lo de hoy es verse joven el mayor tiempo posible. Al compararse con ideales estéticos inalcanzables de mujeres intervenidas quirúrgicamente, las mujeres llegan a odiarse. Son tantos los procedimientos disponibles para arreglar cientos de defectos físicos, que la fantasía de la juventud eterna parece muy accesible.
El costo de la edad para los hombres es menor. Sigue existiendo el doble rasero: los señores se ven interesantes, las mujeres, viejas.
Envejecer es un recordatorio de que todos nos vamos a morir. A veces vemos fotos de hace años y pensamos: ¿en qué momento pasaron veinte, treinta años?
Es durísimo el juicio social contra quien se rindió, no combate más contra la vejez y luce kilos, canas y arrugas sin pena ninguna. Son muy mal vistas las mujeres que se dan este permiso. “Se dejó, se abandonó, le cayó la edad” como si en serio fuera lo peor que nos podría pasar. Estos juicios sociales llegan a tener un gran peso en las decisiones individuales.
Tal vez la escena con la que más nos podemos identificar es en la que Elizabeth Sparkle está lista, arreglada y muy guapa, para salir a una cita con un viejo compañero de la secundaria que se encontró unos días antes, pero se ve al espejo y de pronto se siente fea, vieja, ridícula, mal arreglada y termina no llegando a la cita. Esa imagen que le regresa el espejo le dice que está envejeciendo y que nadie la va a querer así.
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