A principios del siglo XVII, la Ciudad de México tenía dos advocaciones marianas muy importantes, la de la Virgen de los Remedios, cuyo templo está en Naucalpan, y la de la Virgen de Guadalupe, cuyo templo está en el Tepeyac. Con el paso del tiempo, la fama de la Virgen de Guadalupe superó en mucho a la de la Virgen de los Remedios.
La Virgen de los Remedios es una estatuilla que vino a México con el ejército de Cortés. Se dice que se dispuso de ella en la primera misa que se dio en Veracruz y que luego fue colocada en el Templo Mayor. Según cuenta la leyenda, cuando los españoles salieron huyendo de Tenochtitlan en 1520, su dueño la escondió debajo de un maguey. En 1540 un indio converso de nombre Juan del Águila la encontró y la llevó a su casa.
Unos años atrás, en 1531, como cuenta otra leyenda, otro indio converso llamado Juan Diego escuchó el llamado de la Virgen que le pidió que fuera con las autoridades para que le construyeran un templo en ese lugar. Le dijo que llevara como prueba unas rosas que habían aparecido en el sitio. Juan Diego envolvió las rosas en su tilma. Cuando se las mostró al arzobispo, las rosas, al caer, dejaron la imagen de la Virgen milagrosamente grabada en la tilma. Muy pronto se construyó un santuario en el Tepeyac. Es aquí que las historias de la Guadalupana y de la de los Remedios se entrelazan por vez primera.
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Cuenta Luis de Cisneros en su Historia del principio y origen, progresos, venidas a México y milagros de la santa imagen de nuestra señora de los Remedios, extramuros de México, México, publicada en 1621, que Juan del Águila enfermó y fue al Tepeyac a pedirle a la Virgen de Guadalupe que le restableciera la salud. Al llegar ahí escuchó una voz que le indicó que debía construir un templo para la Virgen de los Remedios. Juan del Águila se curó y cumplió con lo que le ordenó la Virgen en el Tepeyac. Por lo mismo, lo que se dijo desde entonces es que si la Virgen de los Remedios, la gachupina, tuvo su templo fue por un milagro efectuado por la Virgen de Guadalupe, la criolla.
Durante muchos años las dos advocaciones marianas convivieron de manera armónica. A la Virgen de los Remedios se le imploraba ayuda cuando había sequía y a la de Guadalupe cuando había inundaciones. Digamos que se marcó una división del trabajo divino entre ambas. Todo esto cambió dramáticamente en 1810, cuando los insurgentes adoptaron a la Virgen de Guadalupe, la criolla, la nativa, como su patrona. En respuesta, las autoridades virreinales adoptaron a la Virgen de los Remedios, la gachupina, la conquistadora, como su generala. En esa circunstancia, la existencia misma de la imagen de la Virgen de Guadalupe pudo haber estado en peligro. Se sabe que autoridades coloniales quisieron extraer a la imagen de su basílica en el Tepeyac, pero que los clérigos del sitio se resistieron.
El primer milagro que se atribuyó a la Virgen de los Remedios fue haber fungido como una muralla invisible que impidió que el ejército de Hidalgo tomara la Ciudad de México después de la batalla del Monte de las Cruces. Su efectividad volvió a comprobarse el 17 de enero de 1811, en la Batalla de Puente de Calderón y, finalmente, el 21 de marzo, en Acatita de Baján, cuando Hidalgo, Allende, Aldama y Abasolo cayeron presos. No obstante, como sabemos, la independencia se alcanzó en 1821, sin que la Virgen de los Remedios pudiera hacer nada para impedirlo.
Esta historia, que hoy parece salida de una novela del género del realismo mágico, en realidad tuvo un impacto profundísimo en la conciencia colectiva mexicana. Su simbolismo sigue resonando en nuestro presente. Podría decirse, si estiramos la imaginación, que la Virgen de Guadalupe no se levantó en armas en contra de la Virgen de los Remedios, a quien antes ella había ayudado, según cuenta la tradición, sino que fueron las autoridades españolas, civiles y eclesiásticas, las que enfrentaron groseramente a la Virgen de los Remedios contra la Virgen de Guadalupe, sin percatarse de que esa lucha no sólo era un sacrilegio, sino una batalla perdida de antemano.