En 2016 la victoria de Trump fue leída como una rebelión frente a la tecnocracia y el stablishment, en aquellos momentos, el mundo veía el Brexit británico, el rechazo a la amnistía colombiana o la falta de formación de gobierno española; se iniciaba también el proceso de reformas antidemocráticas de Viktor Orbán.
La raíz venía de 2008, con el colapso del sistema de la burbuja inmobiliaria, que provocó un enorme malestar en la clase trabajadora norteamericana, y una desilusión sobre lo que se conocía como el sueño americano. Con ello se inauguró, lo que Joseph E. Stiglitz llama, la era del malestar, donde la crisis financiera, derrumbó como un castillo de naipes, la “supuesta era de la prosperidad”, donde los beneficios no se materializaron para la mayoría de los ciudadanos, principalmente los menos formados.
A partir de ahí, se desarrollaron otras tragedias, como las pérdidas del empleo por relocalización de activos y la depresión de muchos de quienes perdieron su patrimonio, que finalmente ocasionó una crisis de adicciones, que se ha convertido en nuestra época, en una de las mayores crisis de opioides en Estados Unidos.
La disputa por los valores sociales
En aquel 2016, la inmensa mayoría no esperaba la victoria trumpista; frente a las miradas de asombro del mundo, las principales cadenas de noticias anunciaban la sorpresiva victoria; posteriormente, de ahí surgió uno de los mayores escándalos de protección de datos personales con Cambridge Analytica /Facebook, al haber obtenido enormes cantidades de datos para generar predicciones sobre preferencias de los usuarios, u orientarlos al voto, a través de publicidad seccionada y noticias falsas.
Trump logró gobernar cuatro años y lanzarse a buscar la reelección pese a sus escándalos y su negacionismo de la pandemia, e incluso la amenaza de impeachment. Frente a él se generó una enorme coalición demócrata liderada por Joe Biden, secundada por los Obama y terciada por algunos medios de comunicación e incluso redes sociales. Trump se fue del poder con la toma del Capitolio por parte de los grupos más radicales de su movimiento como QAnon y los Prod Boys. Alegando un fraude electoral, mientras muchos analistas, dieron a Trump por muerto, tras dicho intento de golpe; e incluso parte del stablishment del partido republicano, pensaba que Trump era una estrella pasajera.
Lo que siguió fueron los llamados a Trump a juicio, las enormes caravanas para presentarlo ante un juez, que sin querer y al comenzarse a extender en el tiempo, lejos de lastimarlo, lo terminaron por victimizar.
En paralelo, el mundo vivió el enorme crecimiento de lo que algunos críticos han llamado la cultura woke, y por todo el mundo comenzó la famosa cultura de la autocancelación sobre los temas límite. Mientras en los últimos años los gobiernos republicanos se lanzaron a cambiar las reglas electorales, con las que se endurecieron los requerimientos de identificación de votantes, lo que impacta directamente en las minorías y en las personas de color y latinas.
Poco a poco el trumpismo pasó de estar relegado, a reorganizarse, de la mano de los hijos de Trump, Erick y Donald, que tomaron mayor relevancia, a diferencia de la primera etapa, donde la relevancia la tenía Ivanka y su esposo Jared Kushner. Los esfuerzos de reorganización se coronarían con la vicepresidencia de Lara Trump en el Comité Nacional Republicano, a inicios de año con lo que no quedó duda, de que el trumpismo estaba de regreso con todo.
En esta ocasión, más que frente al stablishment, el discurso trumpista, estuvo muy orientado en valores americanos, en la narrativa cultural y económica del american way of life, con énfasis en el “nativismo”. Lo que claramente retumbó entre los electores, que le dieron la victoria a Trump, entre lo que él mismo llama The Soul of America, que son todas las ciudades pequeñas y medias en densidad de población. La victoria de Trump, se enmarca en una lucha cultural, entre libertad e igualdad y abre un nuevo camino en el debate público, de lo que se llamó la autocancelación.