Estoy siempre en proceso, me voy siendo. Dejo atrás mi piel. Me convierto en otra. Al poco tiempo me aburre esa cara y busco en el baúl otro disfraz. Acaso éste me diga mejor, pienso.
He vestido varias Julias. Las comparo. Algunas son tan contradictorias que quizá correspondan a otras vidas, pero todas están aquí. Conmigo. Miro a la niña de siete que gana competencias de natación (a veces), a los nueve es experta en Sherlock Holmes, a los más de cincuenta lee sin pausa, pero ya no visita las albercas. Soy la que se casó convencidísima, luego se divorció más convencida. Esa joven de falda “hasta el huesito” metida en una iglesia protestante; la mujer agnóstica, segura de que sólo el arte nos repara y cura. Veo a la sola, la yogui volcánica, la boba, la iracunda, la culpígena, la poeta que cree domar el ritmo, la que le reverencia el carácter. Soy la ejecutiva de una editorial y la que abandonó ese buen empleo a fin de no traicionar su ideal. La que elige por droga la escritura, aunque cuando escribe no se contenta.
El verbo inglés to be es ser y estar, simultáneamente. En español muestra su naturaleza compuesta, bífida: la condición estable (“soy albina”) y una fase temporal, pasajera (“llevo tres días de estar agripada”). Pero no sólo cambia mi estar, también el ser aparece inconcluso. Antes era muy nocturna, ahora procuro desvelarme un poco menos. El cuerpo enfrenta cambios regulares: las células, el peso, las hormonas. Los gustos también saltan de carril. Ayer amaba lo que hoy malmiro. Ningún poema doy por concluido: pongo punto, cambio un verbo, muevo versos. Soy una etapa en curso, en desarrollo. Una desconocida de mí misma.
Lupa a lo que pide Taddei
Este pensar lo alienta Inacabada, de Ariel Florencia Richards, autora trans, frentera, intuitiva, fuerte, ágil. Narra la historia de un chico que trata de articular ante la madre su definición personal: “Soy mujer”. Esa verdad es incanjeable, pero sabe que le hará daño a quien más ama. La protagonista, que estudió historia del arte, refiere un óleo de Cézanne, en el que líneas y manchas delinean una figura sentada a la mesa. Se llama Retrato de una mujer. Las áreas blancas en torno a ese cuerpo son mayores al área dibujada. La forma inconclusa, plena en sí, vive “en un tiempo que no contempla final”. Da fe de un cambio tenaz en la forma de habitar el mundo. Nos pasa a todos: “Sabemos lo que somos”, dice el Hamlet de Shakespeare, “pero no lo que seremos”.
Hace unos días hablé con Ariel, de visita en México, sobre cómo la identidad no es fija, permanente. Me encanta su firmeza al plantear que cada persona trans determina, a través de las palabras, quién es.
Como historias parciales nos abrimos a lo venidero. Gracias, Ariel. Aprendo tu glotonería vital.