Francisco Labastida incursionó en un territorio poco explorado entre quienes sirvieron al país con altas responsabilidades, la biografía política.
Lo hizo de modo inteligente y mesurado, describiendo su propia circunstancia, pero bajo la lógica de la argumentación.
Eso es La duda sistemática, un texto que describe un México en el que se intentó la mejora social y se construyeron los peldaños de la democratización, pero sin resolver el problema que implicó e implica, el enorme poder del Presidente de la República.
Golpes federales al hampa
Labastida es economista por la UNAM, con una educación refinada en los propios pasillos del poder desde que ingresó como analista a la Secretaría de Hacienda.
Una visión también pulida por su paso por el Colegio Madrid, donde conoció a Carlos Roces y Roger Bartra. Y gracias a su hermano Jaime se pudo acercar a Eduardo Elizalde y a José Revueltas.
Labastida reivindica, de igual forma, a los que considera sus tres principales maestros dentro del Gobierno, Julio Rodolfo Moctezuma, Fernando Hiriart y Miguel de la Madrid.
Estas referencias cobran sentido si se atiende al hecho de que las carreras políticas tenían que forjarse con el paso del tiempo, con la experiencia que sólo se adquiere subiendo peldaños y con la madurez que así se adquiere.
Un capítulo de especial interés es el que se refiere a la elección del 2000 y la derrota del PRI.
Labastida señala que le pareció un error la contienda interna para definir candidato, pero que participó para cerrarle el paso a Manuel Bartlett y a Roberto Madrazo.
El PRI, de acuerdo con su versión, se quedó sin fondos para enfrentar la contienda constitucional, que al final ganó Vicente Fox.
“Las prerrogativas sólo alcanzaban para pagar deudas y gastos muy indispensables”.
Hace énfasis en el deterioro de su relación con el Presidente Ernesto Zedillo y revela que ya no lo vio más después de una agria comida el 3 de julio, luego de la catástrofe en las urnas.
Labastida, es evidente, hace un ajuste de cuentas y plantea el escenario de una campaña de enormes dificultades, donde la ventaja del arranque disminuyó paulatinamente, ante la evidencia de que el 64% de los mexicanos querían que otro partido ganara la Presidencia.
Es su versión, sujeta a otro tipo de ponderaciones y contrastes, pero da cuenta de un episodio más que significativo de la historia política del país. ¿Lo dejaron a su suerte? ¿En Los Pinos preferían al abanderado del PAN? ¿Había posibilidad de ganar esa contienda? ¿Las divisiones en el priismo hicieron mella?
Hace algunos años, ya entrado el gobierno de Vicente Fox, entrevisté a Labastida en sus oficinas de las Lomas de Chapultepec. Informado, persuasivo y atento al contexto nacional. Lo vi contento y le pregunté al respecto:
—Mire usted, yo perdí la Presidencia de la República, no el sentido del humor.
En efecto, y es algo de valorarse, se curtió también para los tiempos interesantes.