Uno de los temas más abordados en terapia es la inseguridad. Es una palabra que la gente usa para describir algo que siente que le falta, o que tiene que ver con sus fallas, con partes no desarrolladas de su personalidad, algo que se siente incompleto internamente.
Ser o sentirse inseguro se parece al complejo de inferioridad. Sentirse menos que los otros con relación a rasgos como la belleza, el poder económico, la simpatía, el carisma, la capacidad de socializar, la inteligencia y el talento en general para tener una vida bonita y valiosa. Por cierto que hay quienes tienen especial talento para encontrarse todos sus defectos, agujeros y fallas. Y casi siempre, también en los demás.
Pero la falla más importante es aquella que se vive como insoportable, intolerable y que ni siquiera puede nombrarse porque a veces está fuera de la conciencia. En otras palabras, a veces no tenemos claro por qué somos inseguros y hay que revisar la historia de vida, hacer algo de arqueología para descubrir los lugares que nos han fragilizado.
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¿Qué hacemos con la inseguridad? Generalmente compensarla de alguna manera. Por ejemplo, vemos a gente que trabaja de una forma casi maniaca, ¿qué está compensando? Probablemente un viejo miedo a la pobreza, o al desempleo o a la vagancia.
Alguien que parece superfuerte, invulnerable, quizá hasta insensible, está compensando una falta de fortaleza. Estas personas fuertotas están aterradas de que los demás los vean vulnerables, débiles, frágiles o dependientes. Si alguien se da cuenta de mi vulnerabilidad, se van a aprovechar de mí, piensan. Si fui un niño debilucho, buleado, o con algún rasgo que me puso en desventaja, me tengo que defender.
Hacemos un gran esfuerzo para que la inseguridad quede fuera de la mirada de los demás. Cuando hablamos de mirada, estamos hablando de narcisismo pero del bueno, ese que necesitamos para sentir que somos valiosos y reconocidos, pero también estamos hablando de ideales inconscientes familiares y también culturales que definen nuestro ideal femenino o masculino. Lo clásico: un hombre que no puede proveer suficiente estabilidad económica a su familia puede sentirse disminuido; un hombre que tiene impotencia secundaria, se siente menos hombre; una mujer que no es especialmente bella o delgada o femenina puede sentir que no encaja en el ideal femenino que domina la cultura; las mujeres que trabajan viven inseguras sobre qué tan buenas madres son, porque se tienen que partir en muchos pedazos y porque no pueden estar con sus hijos tanto tiempo como quisieran o como se supone que haría una buena madre.
Hay que tener cuidado cuando los ideales que perseguimos son demasiado elevados, porque siempre nos quedaremos a deber y aumentará nuestro sentimiento de inseguridad.
Otra inseguridad muy común es la relacionada con el saber. Hay personas que aparentan saberlo todo. Su peor infierno es decir “no sé” o confesar su ignorancia respecto de algún tema. Los sabelotodo son personas aterradas que basan su amor propio en que nunca nadie les pueda enseñar nada porque ya lo saben todo. Una clara maniobra compensatoria.
La ansiedad social que está muy de moda como autodiagnóstico en redes sociales, está relacionada con todas nuestras inseguridades al compararnos con los demás. Por eso muchos optan por aislarse y así no tendrán que preocuparse sobre cómo los verán los otros. Una estrategia que no es sostenible ni saludable.
Hay relaciones en las que se juega el narcisismo todo el tiempo. Vínculos llenos de tensión y superficiales en los que tenemos que ocultar una parte de quiénes somos. Puede tratarse de las relaciones de trabajo o de relaciones que mantenemos por compromiso. Relaciones públicas, cocteles, reuniones de cientos de personas donde no conoces a nadie o actividades sociales laborales. Este tipo de vínculo nos deja exhaustos porque hay que ocultarse todo el tiempo, competir, reafirmarse como capaz, inteligente, sociable, etc.
Y están esos otros vínculos, los íntimos, en los que nos podemos relajar, ser nosotros y en los que se puede alcanzar intimidad. Éstos ocurren con nuestros mejores amigos, con una pareja si la tenemos o con esa hermana que hubieras elegido como amiga si no hubiera sido tu hermana. A veces cuidamos menos estas relaciones donde podemos ser auténticos y le dedicamos demasiado tiempo a aquellas donde se
juegan otros intereses.
Aceptarse como uno es tiene costos narcisistas: es poder decir “yo soy así, así no, sé estas cosas pero éstas otras no, y entonces me dejo de ocultar y acepto las cartas que me tocaron en la vida y juego con ellas y logro aceptarme en lo esencial”. De esta aceptación deriva un sentimiento de paz y tranquilidad, que sólo se logra después de mucho trabajo psíquico y terapéutico.
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