Álvaro Pombo es el Premio Cervantes de 2024. En su discurso de entrada a la Real Academia de la Lengua, en 2004, disertó magistralmente sobre la relación entre la verosimilitud y la verdad. Tema filosófico por donde se le vea.
No extraña, porque Pombo estudió filosofía en la Universidad Complutense y en sus salones no sólo aprendió la filosofía escolástica, como era imprescindible en aquellos años del franquismo, sino también la filosofía existencialista de Sartre y de Heidegger, que dejaron una huella en su pensamiento. En el discurso al que me refiero, Pombo no sólo citó con seguridad a esos dos autores existencialistas, sino a otros más cercanos a nuestros tiempos, como Gadamer y Foucault, lo que dejó ver que el escritor español no había dejado de estar interesado en la filosofía.
Hay que aclarar que el discurso de Pombo no es, estrictamente, un texto filosófico, no, por lo menos, uno de filosofía profesional. El escritor plantea preguntas filosóficas, pero divaga por diversos asuntos que no tienen que ver con aquellas cuestiones: es la obra de un escritor, no de un filósofo profesional. Además, el discurso de Pombo tiene una dimensión autobiográfica que le brinda unidad a toda su disquisición. De todas maneras, vale la pena rescatar su lado más filosófico.
Asesinan a cercano a gobernador
Hace notar Pombo que mientras que la verdad se considera un valor para el género científico, no lo es para el género literario, en donde la verosimilitud toma ese sitio. Sin embargo, hay algo que inquieta cuando decimos que la literatura no ha de ser verdadera sino verosímil, ya que la definición que normalmente se ofrece de la palabra “verosimilitud” es la de “apariencia de verdadero, aunque en realidad no lo sea”. Quien diga que un texto narrativo es verosímil, por lo mismo, puede enfatizar una de dos cosas, o bien, de manera positiva, que está tan bien hecho que parece verdadero, o bien, de manera negativa, que, a pesar de los esfuerzos del autor, sigue siendo falso. En el primer caso se resalta su apariencia de verdad, en el otro caso su falsedad y, por lo mismo, el engaño que se adorna con su carácter verosímil. Pombo quiere rescatar el primer sentido de lo verosímil en la literatura, sentido positivo que lo acerca tanto a la verdad que, utilizando un neologismo de Xavier Zubiri, verdadera a lo verosímil, es decir, le otorga un rango equiparable al de la verdad. No a una verdad entendida a la manera tradicional como una adecuación, sino a una verdad más honda, como la entendió Heidegger en su célebre ensayo “El origen de la obra de arte”.
En uno de los momentos más afortunados de su discurso, Pombo examina un poema de Rilke que describe la génesis de un animal inexistente. Rilke cuenta que hubo un animal que no existía, pero que se convirtió en un animal puro porque fue amado y los seres humanos le hicieron espacio en sus corazones y dentro de ese espacio que le abrieron el animal “levantó ligeramente la cabeza y apenas necesitó ser”. El resto del poema es fascinante: “No lo alimentaron con grano siempre sólo con la posibilidad. Y fue. Y eso le dio tal fortaleza al animal que brotó un cuerno de su frente. Un cuerno. Y, blanco, pasó junto a una doncella y fue en el espejo de plata y en ella”. El unicornio, animal inexistente, alcanza de esa manera, por medio de la contemplación de la posibilidad, pero, sobre todo, por medio del amor una forma de ser y, por lo mismo, de verdad. La verdad del unicornio es una verdad del corazón, no de los gélidos hechos del mundo.
Pombo declara al final de su discurso que su propósito ha sido confesar que a lo largo de su vida ha deseado acercar la verosimilitud de la poesía, de la novela y de la historia a la verdad, no como Foucault que pretende acercar la verdad a la verosimilitud para despreciar a la primera, sino para confiar en que en la literatura hay una voluntad de verdad que traspasa la verosimilitud. Como dijo Heidegger, citado por Pombo, la poesía es un conocer que nos sitúa en el corazón del ser, en la profundidad de lo santo.