Comprobado está que el riesgo se construye con las decisiones que rutinariamente se toman, mismo que en combinación con los fenómenos naturales produce desastres.
Hasta el cansancio los especialistas nos han repetido que los desastres no son naturales, es decir, no son obra de la naturaleza y no son espontáneos, sino son resultado de la suma de elementos que en combinación con un fenómeno sí natural, como puede serlo un huracán o un sismo, provocan devastación.
Acapulco es muchísimo más que un destino turístico. Es una comunidad de mujeres y hombres extraordinarios, con un pasado glorioso, que hoy atraviesan por una crisis profunda, no derivado de un par de huracanes, sino de un cúmulo de acciones poco acertadas.
Los fenómenos naturales siempre han estado ahí. Acapulco forma parte de una región con alta sismicidad, a causa de las placas tectónicas que convergen en su territorio. De la misma forma, su ubicación en el Pacífico lo convierte en sitio con una enorme exposición a los fenómenos hidrometeorológicos. En esta zona diario hay sismos y no existe temporada de ciclones tropicales en que la lluvia y el viento no se hagan presentes.
Historiadores han relatado las catástrofes que a lo largo de la historia han afectado a las comunidades de la región. Si en sí mismo el territorio acapulqueño encarna riesgos propios de su ubicación geográfica, imaginemos la potencia que estos adquieren cuando ubicamos infraestructura y asentamientos humanos en zonas de riesgo, como las inundables o cauces de ríos. Sumemos también la destrucción de los elementos que la propia naturaleza contempla para la protección del territorio, como lo son las zonas de manglar o arboladas.
El pasado de Acapulco, a pesar de importantes retos, contrasta con su situación actual. En los años 50 del siglo pasado, el paradisiaco sitio albergó la filmación de cintas de Hollywood y del cine mexicano, mientras grandes figuras de distintos ámbitos —nacionales y extranjeras— vacacionaban en sus playas. Fue el sitio predilecto del turismo nacional e internacional.
Su población se multiplicó de manera acelerada, lo que provocó un crecimiento desordenado. Sus ingresos, casi exclusivos del turismo, se vieron mermados por la aparición de otros polos turísticos y las amenazas de la inseguridad y los fenómenos naturales, factores que en poco tiempo alejaron a los turistas de sus playas.
Hoy Acapulco y sus comunidades, atendiendo todavía las prioridades que los daños de dos huracanes provocaron, añoran un pasado y desean una reconstrucción que luce lejana, derivada de su envergadura y de las limitaciones de diversos actores responsables de llevarla a cabo.
Las imágenes del presente delinean un futuro incierto y poco alentador para Acapulco; si bien los tres niveles de Gobierno, el sector público y social se esfuerzan por revertir la situación, el puerto está herido, el riesgo latente y la población e infraestructura —aún lejos de recuperarse — continúan expuestos a la posibilidad del desastre, lo que coloca a Acapulco muy lejos del sitio que algún día ocupó.