Algunas voces desde la oposición más extrema han afirmado recientemente que les gustaría que Estados Unidos interviniera en territorio nacional para combatir militarmente a los grupos del crimen organizado.
Tal parece que lo que ellos desean, más que perjudicar a los delincuentes, es perjudicar al Gobierno. Quieren amarrar navajas entre el Gobierno de la Presidenta Sheinbaum y el del próximo presidente Trump. Con tal de castigar al régimen actual, están dispuestos a solicitar, promover y aplaudir una intervención militar en nuestro país por parte de una potencia extranjera. De acuerdo con la lógica de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, apoyarían a cualquiera que por estar en contra de los intereses del Gobierno también estuviera en contra de los intereses de México. No les importa que sufra México, siempre y cuando sufra el régimen actual.
Para justificarse, estos extremistas ofrecen diversas falacias. Una de ellas es que, dado que el Gobierno es incapaz de combatir al crimen organizado, está en los intereses de los mexicanos de a pie que otro gobierno haga la tarea que no puede realizar el nuestro.
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Este razonamiento es de una simplicidad alarmante, ya que ignora las consecuencias terribles que seguramente tendría una intervención extranjera, por localizada que fuera. Hemos visto lo que ha sucedido con otros países en los que los Estados Unidos ha enviado su ejército para hacerles un supuesto bien, como liberarlos de la dictadura. El resultado final casi siempre es peor que las condiciones iniciales. Lo más probable es que una intervención estadounidense, para combatir al crimen organizado, dejaría al país más mal de como está ahora.
Hay otro razonamiento perverso de los opositores extremos que consiste en criticar a un oponente imaginario que rechaza una intervención militar extranjera por defender, de manera dogmática, la soberanía nacional. ¿De qué sirve la tan mentada soberanía, afirma el opositor extremo, si no nos ayuda a resolver nuestros problemas más básicos, como el de la seguridad pública? Si nos dan a escoger entre resguardar la soberanía nacional, como si se tratara de la virginidad de una doncella, o permitir que Estados Unidos elimine a los delincuentes que amenazan nuestra vida y nuestras propiedades, la elección, ellos dirían, es obvia: lo razonable es olvidarse del mito de la pureza nacional y permitir que nuestros vecinos nos hagan el enorme favor de limpiar el territorio de delincuentes.
Quienes piensen que el concepto de soberanía nacional es un prejuicio superado por la historia, deberían examinar con un poquito más de cuidado la situación global. Hoy más que nunca la seguridad de las fronteras es un tema crucial en todo el mundo. Suponer de buena fe que la defensa del territorio nacional es un prejuicio es de una ingenuidad alarmante. Declararlo de mala fe es poco menos que un crimen.