Como tantas otras personas, en diferentes países y condiciones sociales, he dejado de comprender las rutas por las que transita la historia en nuestros días. A veces, el sinsentido —o lo que yo percibo como tal— me enoja, me desespera, me cansa; otras, me entristece. Últimamente, me siento insegura siendo mujer, viviendo en México, en estos tiempos.
No quiero decir que sea un problema exclusivo de mi país; al contrario, el machismo parece haber desempolvado la vergüenza y ha regresado con más fuerza que antes. No soy tan ingenua como para creer que en algún momento desapareció, pero había cierto pudor, cierta intención de cuidar las formas y —hay que reconocerlo— algunos avances en respeto.
Comparto aquí cuatro casos de países, sociedades y contextos distintos que pueden invitarnos a reflexionar:
Bartlett, ¿París o Washington?
1. Irán: Este país acaba de reconsiderar la edad de consentimiento para el matrimonio, estableciendo que las niñas de nueve años son aptas para acceder a la actividad sexual “consensuada” —según ellos— con esposos que, al menos, triplican su edad. Mi asombro no radica en esta propuesta —cruel, abusiva y perversa—, sino en el ensordecedor silencio mundial. En un mundo donde las luchas feministas estuvieran consolidadas, Irán habría sido condenado enérgicamente y sancionado hasta revertir esta reforma. En cambio, nada…
2. Estados Unidos: La población votó mayoritariamente por Donald Trump, confiando el poder total de su país a un hombre acusado de violación conyugal, múltiples señalamientos de acoso sexual y una reputación conocida como depredador sexual. En un mundo en el que las luchas feministas estuvieran consolidadas, el Partido Republicano habría propuesto otro candidato o los votantes habrían rechazado a Trump. En cambio, nada…
3. México: Aunque la cifra de feminicidios se oculta, sabemos que las muertes violentas no cesan. Por si fuera poco, los datos sobre violación infantil son espeluznantes: cada día, nueve niñas de entre 10 y 14 años se convierten en madres. Y no, no estamos en Irán para argumentar que hubo “consentimiento”. En un mundo donde las batallas del feminismo se hubieran consolidado, la primera Presidenta en la historia del país tendría como eje prioritario la protección y el empoderamiento de mujeres y niñas. En cambio, nada…
4. España: Para cerrar este recuento de derrotas, los llamados “aliados” del feminismo se apropian de su lenguaje mientras perpetúan prácticas de humillación machista. Un caso reciente es el de Íñigo Errejón, quien, además, culpó de sus acciones a “ideas generales”: la violencia estructural, el cansancio por el servicio público y el neoliberalismo. En un mundo donde las batallas feministas estuvieran consolidadas, el caso Errejón habría sido severamente sancionado y habría impulsado compromisos significativos entre partidos políticos. En cambio, nada…
Podría continuar con casos emblemáticos como los de Harvey Weinstein y Jeffrey Epstein, en los que tampoco ha habido cambios sustantivos. Me atrevo a predecir que el caso de P. Diddy será igual. Que nadie se ilusione: no pasará nada, ni cambiará nada.
¿Por qué nunca ocurre nada, aunque en el discurso parezca que todo ha cambiado? Las leyes, los protocolos, las denuncias, los procedimientos… tanto blablablá. En la próxima entrega, intentaré esbozar algunas posibles respuestas.