La cumbre del G20 en Río de Janeiro, Brasil, produjo algunas escenas que captan las turbulencias con que viaja el nuevo orden global, tras el primer cuarto del siglo XXI. El presidente Joe Biden no llegó a tiempo a la foto final, por lo que Estados Unidos, en la víspera de que Donald Trump arribe a la Casa Blanca, aparece de manera borrosa en un foro que reúne a las economías más voluminosas y a ejecutivos de sus respectivas instituciones bancarias.
El presidente francés, Emmanuel Macron, hizo varios guiños a países del Sur Global, tal vez desde la certeza de que la crisis de la Unión Europea es inocultable y que el avance de las derechas puede colocar a varios gobiernos de esa región en posiciones contrarias al libre comercio. Algunos gobiernos de los BRICS como el brasileño, el indio o el chino, mantienen la perspectiva de la liberación del comercio, que se ve con creciente desconfianza desde los círculos cercanos a Donald Trump o a Vladimir Putin.
Pero la cumbre puso sobre la mesa las prioridades del cambio climático, el calentamiento global y la transición energética, en un momento en que, otra vez, Estados Unidos, Rusia y varios estados del orbe podrían relanzar el extractivismo. En medio de la implosión de ese modelo en América Latina, fundamentalmente promovido por Fidel Castro y Hugo Chávez en la primera década del siglo XXI, el Brasil de Lula da Silva vuelve a posicionarse como líder de una nueva izquierda, comprometida, a la vez, con el respeto al marco democrático y con el tránsito a las energías limpias.
Bartlett, ¿París o Washington?
Fue alentador observar el respaldo que dieron a ese enfoque la Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y los presidentes de Colombia, Gustavo Petro, y de Chile, Gabriel Boric. La foto de los cuatro dirigentes, uniendo sus manos por una integración basada en consensos como la democracia y la diversidad, la ecología y la paz, es otra de las escenas que deja el promisorio encuentro de Río de Janeiro.
La imagen habla por sí misma, pero tal vez sea bueno destacar las distancias que proyecta sobre el panorama político latinoamericano, cada vez más dividido y polarizado, como pudo constatarse en la cumbre iberoamericana de Cuenca, Ecuador, unos días antes. Si en el encuentro de Lula, Sheinbaum, Petro y Boric se habló de democracia y diversidad, difícilmente no hubo rechazo, aunque fuera implícito, a Nicolás Maduro por un lado y a Javier Milei por el otro.
Ambos líderes, por razones muy diversas, se ubican fuera de los rangos de un posible consenso latinoamericano. Maduro ha impuesto su reelección en Venezuela, sin ofrecer evidencias empíricas de su triunfo electoral sobre la oposición. Ante la exigencia de pruebas de Lula, Boric o Petro, ha respondido con ofensas y descalificaciones. Milei, por su parte, no ha dudado en alinearse con Trump, Bolsonaro y las nuevas derechas globales, amenazando con destruir los valores de pluralismo y tolerancia, establecidos desde el fin de las últimas dictaduras militares de la Guerra Fría.