En el año de 1819, John Keats compuso sus cinco odas conocidas como “primaverales”: “Oda a Psique”, “Oda a un ruiseñor”, “Oda a una urna griega”, “Oda a la melancolía” y “Oda a la indolencia”. Meses después, aún en ese annus mirabilis, John cerró esa increíble racha creativa con “Al otoño”, considerado por muchos como un poema perfecto en lengua inglesa.
En tres estrofas de once versos cada una, a diferencia de las estrofas de diez versos de las otras odas, Keats consigue expresar la característica maduración otoñal, con frutos cargados, ramas pesadas y un sol frío que colabora en ese lento hervor cromático y de garantizada fermentación. Las imágenes abundan: el día, por ejemplo, parece interminable para las abejas, “pues rebosa el estío de sus celdas viscosas”. No sólo es sorprendente la riqueza metafórica (el otoño es un espigador que, con paciente mirada, ve “rezumar la última sidra hora tras hora”), sino que en el progreso de las estrofas parecen avanzar los días, declinar el año, anunciarse el invierno.
Sabemos que la oda al otoño fue creada por Keats el domingo 19 de septiembre del mencionado 1819. La fecha exacta es tal porque Keats le escribió dos días después a un amigo desde Winchester: “Qué hermosa está la estación ahora, qué bien el aire, templado y afilado. Los campos con rastrojos parecen tibios, del mismo modo que ciertas pinturas parecen tibias. Esto se me ocurrió de tal forma en mi caminata del domingo, que compuse algo al respecto”. Hay algo en la tibieza del ambiente que lleva a Keats a escribir un poema que parece ser todo él una instantánea de ese momento en que los frutos están, para decirlo con Pellicer, cayéndose de morados. El poeta pide, nos pide, no pensar más en el incierto destino de la primavera (que podemos leer como la juventud) y concentrarnos en la música otoñal (la madurez previa a la vejez invernal).
Justicia sin colores
Se sobreentiende que Keats estaba teniendo premoniciones del final, de su propio, precoz final a los 25 años de edad, apenas un año y meses después de redactar “Al otoño”. Pero el poema no le sobreviene como visión o rapto, sino que se genera en Keats como un crecimiento natural. Ha dicho Cortázar, uno de sus mejores lectores: “No se trata de ‘inspiración’ ni de ‘rapto’. La poesía debe ser natural como las hojas, pero toda hoja es una lenta y minuciosa creación del árbol.” No era necesario advertir que el propio poeta fue como una de esas hojas que maduran y caen, precozmente en su caso.
Ciento treinta y tres años después de la ejecución de la oda al otoño de Keats, otro poeta, pero éste en plena madurez, Pablo Neruda, escribiría también una extraordinaria “Oda al otoño”. Neruda también voltea a ver a la primavera, para afirmar lo fácil que es encender todo lo que nació para ser encendido. Lo difícil es ser otoño, “apagar el mundo”. Keats entrevió esa dificultad, la dificultad de la muerte, pero también su certeza y aceptación.