POLITICAL TRIAGE

COP29: un acuerdo mínimo

Montserrat Salomón
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Montserrat Salomón *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

En tiempos extra, se logró un acuerdo magro en la cumbre del clima en Bakú. La perspectiva era desalentadora cuando se llegó al viernes sin un compromiso claro, por lo que la declaración de este domingo tiene un cierto sabor a victoria, con tintes de un “peor es nada”, para aquellos que vivimos preocupados por el futuro de nuestro planeta.

En esta cumbre se buscaba un acuerdo de financiamiento para a) apoyar a los países no desarrollados a reducir sus emisiones contaminantes y b) dotarlos de fondos para la prevención y atención a desastres naturales provocados por el calentamiento global. El gran punto estaba en tres preguntas eje: cuánto, quién y cómo se aportaría este dinero. Al final, se llegó a la cifra de 300,000 millones de dólares. Una suma a todas luces insuficiente, pero que permite cimentar los esfuerzos crecientes en dirección de la protección del planeta en tiempos de incertidumbre política.

Los países desarrollados querían dar incluso menos dinero, mientras los países que sufren en mayor proporción los embates del clima, querían cerrar la cifra en billones de dólares. Como siempre, los poderosos jalaron la cuerda más a su lado y la cifra apenas superó los 100,000 millones que se habían pactado para 2020. Sin embargo, considerando que el año que entra el clima político será aún más incierto con la llegada de Trump a la presidencia de EU, el acuerdo es positivo.

EU es uno de los principales emisores de gases de efecto invernadero. Junto con los principales productores y comercializadores de productos basados en combustibles fósiles, es uno de los actores que necesitamos se implique en primera persona en la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, con su liderazgo evasivo ha logrado que la atención estuviera en la reducción de emisiones y en la transformación a energías limpias de los países menos desarrollados, como si fueran ellos los causantes de la crisis. Incluso si estos países lograran al 100% el objetivo, el cambio sería mínimo si las grandes economías no deciden dar el paso decisivo para dejar atrás el mercado de los contaminantes.

Por delante queda afinar cómo van los países desarrollados a aportar la cantidad comprometida y las reglas de operación de los fondos. Lamentablemente, la crisis humanitaria que se anticipa por los desastres naturales cada vez más frecuentes hace que el boquete presupuestal crezca exponencialmente. Esperemos que en los siguientes años se mantenga la voluntad política necesaria para presentar un frente unido ante los millones de vidas que están en un estado precario y vulnerable ante los embates de una naturaleza herida por nuestra displicencia, avaricia e incomprensión. Será un reto lograr estas metas con el tablero geopolítico actual.

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