El triunfo del Frente Amplio en Uruguay, de la mano de Yamandú Orsi y Carolina Cosse, ha sido festejado por medios y líderes de todas las izquierdas de la región. No pocos lo han presentado como una victoria de la “izquierda latinoamericana” en singular, que volvería a demostrar que el avance de las nuevas derechas, en América Latina y el Caribe, no es indetenible.
Se produce así una singularización de la izquierda que busca diluir las diferencias de sus muy diversos tipos y, en primer lugar, de la identidad histórica del Frente Amplio. Orsi y Cosse llegan al poder con un programa particularmente centrista, que se distancia de la polarización mediática y el envilecimiento discursivo, tan comunes en otras izquierdas de la región.
El Frente Amplio, recordemos, gobernó entre 2005 y 2020, con Tabaré Vázquez y José Mujica, y perdió el poder en las reñidas elecciones de 2019, en las que Luis Lacalle Pou venció al candidato de la izquierda, Daniel Martínez, por 50.79% frente a 49.21%. En aquel momento, cuando el Frente Amplio perdió, aceptó la derrota de manera inmediata, a pesar de que la diferencia de votos apenas rebasaba los 37 mil.
El valor de la respuesta
Martínez, el candidato de la izquierda entonces, no sólo reconoció su derrota, sino que visitó a Luis Lacalle Pou, el presidente electo, al día siguiente de la contienda, en su casa de campaña. Esas escenas de rarísima cordialidad se están repitiendo en estos días, cuando Álvaro Delgado, del Partido Nacional, ha admitido el triunfo de Orsi en el balotaje.
El candidato oficialista llamó la atención sobre algo que también es muy raro en otros países de la región. Dijo Delgado, en el discurso de aceptación del triunfo de la izquierda, que “una cosa es que un candidato pierda una elección y otra que un partido sea derrotado en una contienda”, en alusión a que el nuevo gobierno no tiene clara mayoría en las cámaras legislativas, por lo que tendrá que negociar sus agendas.
Esa relatividad o conciencia de sus límites, en la hegemonía de la izquierda uruguaya, contribuye mucho a su moderación, aunque también hay valores republicanos y parlamentarios de mucho peso en el Frente Amplio, cuyos modelos siempre han estado más cerca del progresismo brasileño que del argentino.
La izquierda que gana en Uruguay tiene sus prioridades claras: combate a la pobreza, especialmente la infantil; aumento de pensiones y reducción de la edad de retiro; ampliación de las coberturas educativas y sanitarias; crecimiento económico sin aumento de impuestos; creación de un Ministerio de Justicia y mayor control de la inseguridad y la corrupción.
En eso no se diferencia de la mayoría de las izquierdas latinoamericanas. Pero en lo que sí se diferencia o se distingue, ha quedado a la vista del mundo en estos días: respeto a la institucionalidad republicana y democrática del país; lenguaje inclusivo y no confrontacional; reconocimiento explícito y constante de la diversidad ideológica de la nación uruguaya.