La llegada de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos, implica que habrá coincidido con tres administraciones distintas de nuestro país —las de Peña, López y Sheinbaum—. No obstante, hay marcadas aristas que se traducirán en diferencias significativas, que presumiblemente le darán un giro más radical a su administración.
Ya fuimos testigos —durante cuatro largos años— de su peculiar estilo para gobernar, lo que no debería tomarnos por sorpresa. Sin embargo, al tratarse de su segundo y último mandato, no tiene nada que perder ni cartas que guardarse en esta ocasión. Además, esta vez contará con mayoría legislativa en ambas cámaras, lo que le permitirá darles rienda suelta a sus políticas más radicales, sin ninguna restricción.
Por otro lado, el clima político —tanto regional como global— no abona a la ecuación. En la víspera de la renegociación del T-MEC en 2026 —si nada raro sucede antes—, las tendencias electorales en Canadá apuntan a que, en las elecciones del próximo año, el Partido Liberal, de Justin Trudeau, le entregará el poder a los conservadores, lo cual ya comienza a dar visos de un cambio en política exterior.
Como muestra, la mera equiparación del contexto migratorio y de control de drogas entre canadienses y mexicanos hecha por Donald Trump, y la amenaza de imponerle aranceles a ambos países por igual, generó inconformidad y alarma en el primer ministro Trudeau, quien enseguida sostuvo una llamada con el presidente electo estadounidense para esclarecer la situación. Además, diversos funcionarios canadienses expresaron públicamente su molestia —ante lo que consideraron un insulto a la relación bilateral con Estados Unidos— y anunciaron que tomarían las medidas necesarias para que el vínculo comercial que han sostenido por años no se vea afectado.
De este lado de la frontera, escuchar ese distanciamiento por parte del gobierno canadiense, definitivamente no cayó bien. Con todo, los diversos pronunciamientos deberían tomarse como una señal de que Canadá hará lo necesario para conservar la relación con Estados Unidos en los mejores términos, aun si ello implica suprimir el tratado de libre comercio entre los tres países y entablar, más bien, un acuerdo bilateral, sin la participación de nuestro país.
Adicionalmente, la postura en política exterior del próximo presidente estadounidense es diametralmente opuesta a la de Joe Biden, por lo que las alianzas y equilibrios en los conflictos bélicos entre Rusia y Ucrania e Israel, Palestina, Líbano y Hezbollah, cambiarán drásticamente, lo que añade presión a su relación con el exterior.
Finalmente, el clima político en nuestro país es muy diferente al de hace cuatro u ocho años. La polarización social es mayor, la política migratoria es nula y la estabilidad institucional se desvanece a pasos agigantados, sin mencionar un factor adicional absurdo que debe considerarse: el emblemático misógino magnate tendrá frente a sí a la primera mujer Presidenta de México, lo que —hacia sus adentros— puede ser suficiente justificación para tener una actitud de mayor desdén y superioridad frente a su homóloga.