Es momento de volver a escuchar, a la mitad de la película Bardo de González Iñárritu, el discurso del criminal. “Tenemos 50 millones de gringos adictos”, dice el vocero ficticio del crimen organizado, en el film. “Nosotros somos ayudados por la población de las ciudades miseria por miedo o por amor… ustedes son odiados”.
La primera frase coincide con la premisa de la Presidenta Sheinbaum: México no es responsable de la tragedia de las drogas. La segunda, empata con la de Trump: México tiene en su territorio a los más poderosos grupos criminales.
El personaje del criminal en este largomentraje les habla a los mexicanos ricos y clasemedieros. Ellos son los “ustedes”. Le falta decir que muchos de estos mexicanos son malinchistas y otros son los nuevos ricos de la política, los demagogos.
Murat y la 4T, el mundo al revés
Las amenazas de Trump están sacando a relucir algunos rasgos muy negativos de la psique nacional. Quadri afirma que Trump es el único contrapeso que ahora tiene el poder “dictatorial” del Gobierno mexicano. Malinchismo. La senadora Lilly Téllez critica la actitud de la Presidenta de plantarle cara a Trump. Pero Claudia Sheinbaum hace exactamente lo que un prestigioso negociador y opositor, Ildefonso Guajardo, recomienda: advertir que México también puede poner aranceles, única manera de tener una carta al llegar a la mesa de negociación.
El senador de Morena, Óscar Cantón, dice que México podría elegir a China como principal socio comercial, si Trump impone aranceles. Nadie que conozca las dinámicas del comercio global y de las complejidades geopolíticas se lo cree. “China vende, inunda mercados, pero no compra nada”, me dice un gran experto negociador.
Mientras tanto, abajo, en las clases populares, las amenazas de Trump harán emerger la grandeza de la sociedad, que va mucho más allá de quienes acogen al crimen en ciudades miseria. Si durante una eventual guerra comercial los mexicanos más vulnerables tienen que comer frijoles, lo harán. Pero al menos deben poder pagarlos con ayuda de los programas sociales, en vez de que ese dinero se destine a atraer una inversión que Trump no quiere que venga. Porque, aunque leo con tristeza sobre reducción de créditos a las Pymes dedicadas al nearshoring en la banca de desarrollo, ahorita hay que reducir el déficit fiscal y el presupuesto. Ya no podemos dar prioridad, en nombre del T-MEC, a parques industriales y aeropuertos para inversionistas que sólo enarbolan la agenda de Trump para arrancarnos trato preferencial. Hay otras necesidades. Dicho eso, exigimos que también se deje de gastar en megaocurrencias gubernamentales costosas y a fondo perdido.
La resiliencia del pueblo mexicano siempre está por encima de los políticos y sus rasgos malinchistas o demagógicos. Esa resiliencia necesita de un Estado que proteja a los más vulnerables en lugar de hipotecar el futuro del país apostándolo todo a un modelo económico que, al final, depende del capricho de Washington. Tener dignidad a veces duele mucho, pero es mejor a mediano plazo. En momentos de crisis, la prioridad debe ser el bienestar de quienes sostienen al país desde abajo.