El conflicto sirio, que comenzó en 2011 como parte de las revueltas de la Primavera Árabe que trataron de enfrentarse a varios regímenes autoritarios del norte de África y oeste de Asia, no sólo desató una guerra civil interna, sino que hizo de Siria un epicentro de intereses globales y regionales.
Más de 600,000 muertos y 13 millones de desplazados han marcado una guerra que por años desapareció de los reflectores, pero que nunca se detuvo y, entre la inestabilidad de la región, regresa a la atención con la segunda ciudad más importante de Siria, Alepo, recapturada por los rebeldes.
Siria ha pasado por tres fases claras en su guerra civil. La primera (2011-2014) estuvo marcada por levantamientos populares y el surgimiento de múltiples grupos rebeldes. En este periodo, el régimen de Bashar al-Assad enfrentó el colapso inminente hasta que, en la segunda fase (2015-2019), la intervención militar de Rusia e Irán lo salvó. Con ayuda rusa, Assad recuperó Alepo en 2016, asegurando su control sobre las principales ciudades y mostrando cómo la colaboración entre regímenes autoritarios puede cambiar el curso de una guerra. La derrota del Estado Islámico por la coalición internacional liderada por Estados Unidos también marcó esta etapa, aunque dejó al país dividido en facciones con intereses externos encontrados.
El austericidio del gobierno pasado
Hoy, en la tercera fase que inició alrededor del 2020, Siria sigue fragmentada en uno de los conflictos regionales más complejos por la cantidad de agentes involucrados. El régimen de Assad controla el oeste con apoyo ruso e iraní, mientras que el noreste está en manos de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), que son mayormente grupos kurdos que han creado una región autónoma apoyada por Estados Unidos. Turquía ejerce influencia sobre el norte y noroeste, respaldando a grupos rebeldes y yihadistas que controlan fragmentos cercanos a la frontera desde Siria para limitar el poder kurdo. Sin embargo, esta configuración ha comenzado a cambiar. La guerra en Ucrania ha reducido los recursos de Rusia en Siria, mientras que las sanciones y tensiones internas han debilitado a Irán, afectando su capacidad de apoyo al régimen a través de su grupo proxy Hezbolá.
Recientemente, Alepo ha vuelto al centro del conflicto. Esta ciudad, clave por su importancia económica y estratégica, ha sido testigo de la rápida movilización de fuerzas rebeldes que, desde el noroeste de Siria, han avanzado con éxito para sitiarla y arrebatarla del control de Asad.
El autoritarismo de Assad ha sido central para su permanencia en el poder. Su régimen ha sobrevivido mediante tácticas brutales de represión, eliminación de opositores y el uso estratégico del apoyo externo. Sin embargo, su control es una ilusión frágil: sólo controla 60% del territorio y las conquistas rebeldes ponen en riesgo su posición, que sin la ayuda de sus aliados rusos o iraníes, puede volverse más precaria.
Siria sigue siendo un ejemplo claro de cómo el autoritarismo también se sostiene gracias a redes de apoyo global y los intereses geopolíticos prolongan conflictos que reconfiguran la región y dejan un impacto profundo mientras seguimos avanzando en una era de guerras proxy entre países adversarios que siguen acrecentando la incertidumbre. Siria es otro polvorín a seguir con atención y que puede sacudirse antes de que Trump llegue siquiera a intervenir.