Es absolutamente falso que cualquier mecanismo de participación ciudadana mejora necesariamente la calidad de la democracia.
Regímenes populistas y demagógicos suelen echar mano de consultas engañabobos que sólo pretenden manipular a la ciudadanía para acompañar decisiones que ya han sido previamente adoptadas. La administración pasada fue pródiga en su uso y abuso.
Sin embargo, hay otros instrumentos de participación ciudadana que, sin duda, son de gran valía y relevancia, porque permiten conocer opiniones de los votantes sobre temas de importancia, dando lugar a una ciudadanía más consciente de sus derechos, y nutren la pluralidad democrática. Dentro de este rubro cabe clasificar a la consulta infantil y juvenil realizada por el Instituto Nacional Electoral en el pasado mes de noviembre.
Lavalle y los caminos de la vida
Se trata de un ejercicio extraordinariamente valioso por distintas buenas razones. En primer lugar, porque está dirigida a la población que, en razón de su minoría de edad, no está todavía en condiciones de ejercer los derechos político-electorales básicos en una democracia: votar y ser votado. En esa lógica, las consultas infantiles y juveniles, organizadas por el IFE y luego el INE, de manera ininterrumpida desde 1997, cada tres años, cuando se celebran elecciones federales, han sido oportunidades extraordinarias para forjar cultura cívica —ante una educación básica, por cierto, cada vez más pauperizada— en los grupos de menor edad en el país. De esa manera, no hay que esperar a los 18 años para ser parte fundamental de un notable ejercicio de participación política.
Las consultas acumuladas constituyen una única y valiosísima serie de tiempo, que permite comparar y apreciar cómo han evolucionado los resultados. La que se realizó este año es nada menos que la décima edición. Ciertamente, no se ha aplicado el mismo cuestionario en todas las ocasiones. Sin embargo, otra de sus principales virtudes reside en que, a lo largo de 27 años, se ha ido depurando y fortaleciendo el ejercicio.
Como es de esperarse, muchos de los niños, niñas y adolescentes que han participado en esos ejercicios, con el paso del tiempo, y alcanzada la mayoría de edad y la condición de ciudadanía plena, ha sufragado en sucesivos procesos electorales. Ahora que está cambiando la naturaleza del régimen político en México, sería interesante saber cómo cambian las percepciones en los grupos a los que les tocó participar en estos ejercicios durante el periodo de consolidación de la democracia pluralista.
En esta edición, el rango de participantes de la consulta fue bastante amplio y adecuadamente estratificado: de 3 a 5 años; de 6 a 9; de 10 a 13 y de 14 a 17. Para maximizar los derechos de participación, hacer el ejercicio más incluyente y asegurar la cabal comprensión de lo consultado, se adoptaron una serie de medidas y buenas prácticas que contribuyeron a un mayor éxito de la consulta: un mejor diseño para niñas y niños de 3 a 5 años, que no han desarrollado plenamente habilidades de lectoescritura; apoyo a personas con debilidad visual (plantillas braille y versiones en audio); traducciones a diez lenguas indígenas con mayor número de hablantes; y casillas itinerantes para acercar el ejercicio a menores en situación de calle, en conflicto con la ley o con alguna discapacidad.
A reserva de hacer un análisis minucioso de los resultados de la consulta, el INE informa que en este esfuerzo titánico “se escuchó la voz de más de 10 millones de niñas, niños y adolescentes”. Una verdadera proeza.