En entregas anteriores, analicé las “batallas perdidas del feminismo” y señalé el retroceso global en los derechos de las mujeres, evidenciado por reformas regresivas en países como Irán y Estados Unidos, así como por la simulación política en México y España.
Además, subrayé tensiones internas dentro de la teoría y el movimiento feminista que dificultan el progreso. Argumenté que reducir el feminismo a coordenadas políticas o económicas, o relativizar la gravedad de la violencia sexual, desdibuja el objetivo central de una lucha universal por los derechos de todas las mujeres.
En el contexto político y económico actual, planteo tres batallas clave para defender los bastiones feministas:
Lavalle y los caminos de la vida
1. La autonomía y el respeto incondicionado por el cuerpo femenino
Esto implica promover legislaciones que protejan los derechos sexuales y reproductivos, así como garantizar la denuncia y sanción efectiva de la violencia sexual. Casos como el de Gisèle Pellicot en Francia exponen con crudeza la normalización de la cultura de violación, las complicidades institucionales y los silencios cómplices. Estos problemas deben ser combatidos con determinación.
2. El reconocimiento de las labores de cuidado
Estas tareas, último vestigio de la servidumbre medieval, siguen recayendo mayoritariamente en las mujeres. Es urgente impulsar una transformación cultural que valore adecuadamente este trabajo, eliminando la percepción de su irrelevancia o “poca monta”. La responsabilidad de cuidado debe ser compartida equitativamente entre el Estado y todos los sectores de la sociedad, independientemente del género.
3. Exigir rendición de cuentas a las mujeres en posiciones de poder
Aunque es fundamental que las mujeres ocupen roles de liderazgo, su presencia no garantiza, por sí misma, mejoras estructurales para todas. Como ejemplo, el acceso al poder de Catalina la Grande no modificó la situación de las campesinas rusas. Debemos exigir propuestas concretas y resultados verificables de las mujeres que nos representan en cargos públicos, evitando que sus discursos feministas sean únicamente propaganda.
En este contexto, no podemos permitir que las consignas feministas se perpetúen sin cambios tangibles. Es imperativo superar la resignación histórica que ha excluido a las mujeres de las decisiones sobre sus propias vidas y gobiernos. El objetivo para los próximos años debe ser gobernar el presente con visión hacia el futuro.
Reivindicar los derechos y oportunidades de todas las mujeres no implica ignorar nuestras diferencias, pero nada puede estar por encima de la defensa de la condición femenina. Ni ideologías ni partidos políticos ni clases sociales ni nacionalidades o religiones deben subordinar esta lucha. Sólo así lograremos preservar y fortalecer lo ya avanzado.