Cuando murió Antonio Caso, el 6 de marzo de 1946, el primero en llegar al velatorio fue Diego Rivera. Personajes disímbolos, un filósofo universitario y un muralista comunista, supieron mantener el diálogo en épocas en que los radicalismos querían o pretendían negar el derecho a disentir.
La amistad y el amor, ya se sabe, no son valores adquirido, se tienen que cultivar día con día, como la autonomía misma.
Esto viene a cuento, porque el episodio lo recordaba el arquitecto Pablo Caso, nieto del exrector de la Universidad Nacional, en la ceremonia que reconoce a quienes han hecho aportaciones relevantes a la autonomía.
Caso, el nieto, aventuró una hipótesis más que factible, que su abuelo se sentiría feliz al contemplar el portentoso Campus Universitario, pero sobre todo al percatarse de quienes lo integran, los que lo hacen posible.
En esta ocasión, en la UNAM se galardonó a Ezequiel Chávez, Antonio Caso, Emilio Portes Gil y a Sergio García Ramírez, de modo póstumo; y a José Narro Robles, Diego Valadés Ríos y a Teresa García Gasca, de manera presencial.
El Reconocimiento Autonomía Universitaria se entrega cada 10 años, y no deja de ser una suerte de paradoja que haya tocado la cita justo en un momento en que la educación superior enfrenta múltiples desafíos.
Quizá uno de los más evidentes y complejos, sea el de derrotar al pensamiento único para que, como señaló el exrector Narro Robles, se permita que persista el diálogo, la razón y la tolerancia, ya que “en la universidad, en la nuestra, cabemos todos”.
Y añadió que la autonomía “es el principio que nos permite cumplir con la nación, con independencia del partido o las personas que gobiernen; de la ideología que domine y también de los personajes, organizaciones, grupos o sectores que tienen poder de decisión”.
García Gasca, quien ejerció el rectorado de la Universidad Autónoma de Querétaro en momentos difíciles, expresó que la autonomía “no es letra muerta que pueda ser borrada de la Constitución por error o voluntad; no es palabra vacía que puedan burlar las legislaturas”.
Otro tanto se podría señalar del liderazgo académico de Diego Valadés, su visión constitucional y su esfuerzo por dotar de coherencia al derecho mismo, desde una perspectiva democrática, donde el papel de la Universidad Nacional es central.
El rector Leonardo Lomelí, al hacer una exposición sobre la evolución de la autonomía, esbozó una suerte de péndulo, que va de la obtención de la autonomía formal en 1929 y a la plena en 1933, pero sin subsidio público, lo que hizo que los rectores Manuel Gómez Morín y Gustavo Baz Prada se las vieran negras para que la UNAM continuara operando.
Fue hasta 1945 que se aprobó la Ley Orgánica y se recuperó el financiamiento público, uno de los pilares de la institución junto a la libertad de cátedra.
Una historia trepidante, pero exitosa, que sólo fue y es posible por los universitarios de antes y de ahora.