El mes pasado se celebró un muy merecido homenaje a Aureliano Ortega, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato. Me tocó participar en una mesa acerca de su importante libro Filosofía mexicana, publicado en 2018.
Distingue Ortega en esa obra tres modos de la labor filosófica: el sistemático, el terapéutico y el crítico. El primero es constructivo, el segundo reconstructivo y el tercero es “un perpetuo ejercicio de esclarecimiento que se mueve, a sus anchas, en el horizonte de la negatividad.” Ortega descarta las opciones críticas y terapéuticas para la filosofía mexicana. Lo cito: “Todo apunta a que en el estado del arte filosófico (…), la filosofía sistemática (…) contaría con muy pocas posibilidades de originalidad y hondura, tanto como de aplicaciones prácticas. De modo que podría parecer que la buena, dado el estado de perplejidad y horror que se vive cotidianamente en nuestro país, es la filosofía terapéutica. Sin embargo, existen a ese respecto justificadas dudas porque no es posible aplicar terapia o cura alguna a lo que previamente no se ha (…) esclarecido (…). Esto sitúa directamente a nuestro esfuerzo en el horizonte de la filosofía crítica”.
Según Ortega, la tarea central de la filosofía crítica mexicana es combatir algunas creencias falsas acerca de lo mexicano. Dice así: “el objetivo explícito de la crítica filosófica para el presente no puede ser otro que el desmonte, el examen y el esclarecimiento del complejo mítico sobre el que se ha construido el conjunto de relatos históricos, filosóficos, jurídicos, políticos, sociales y morales con los que hasta ahora nos hemos dotado de una engañosa identidad mexicana”.
Murat y la 4T, el mundo al revés
Ortega encuentra cuatro mitos de la identidad mexicana promovidos desde el poder político y económico: “1) la construcción de una noción de pueblo que, en la mejor tradición moderna, recoge la experiencia formativa de las gestas revolucionarias y permite superar en el discurso la impronta de la lucha de clases, 2) una forma tendencialmente dispersa de la razón histórica articulada en torno a la recuperación de los grandes eventos de nuestra historia narrados en términos de relato patriótico 3) un abordaje equívoco, pero eficiente a lo que podríamos llamar “tradición” de los pueblos originarios, ilustrado por el llamado “indigenismo” y, (…) 4) una postura afirmativa sobre al aspecto constructivo de la Revolución, especialmente cuando se trata de las glosas de las conquistas sociales e instituciones”.
Ortega redactó su ensayo durante el gobierno de Peña Nieto. Para entonces ya era claro que los cuatro mitos sobre la mexicanidad del siglo XX habían sido remplazados con otros que funcionaron como los pilares ideológicos del régimen neoliberal. En esos años, la noción de pueblo no desempeñó un rol en la justificación del régimen y fue remplazada por la noción de ciudadanía, entendida como un conjunto de individuos con derechos humanos. Lo que se le pedía al nuevo ciudadano mexicano era que participara de manera ordenada en el proceso democrático entendido de manera mínima como un mecanismo electoral. Por lo mismo, la vieja historia patria ya no funcionó como instrumento legitimador del Estado de la transición y se convirtió en una suerte de espectáculo televisivo, como se pudo apreciar en las celebraciones del bicentenario. Por otra parte, el tema indigenista se reformuló de manera demagógica para describir a las comunidades originarias como agentes sociales con voz propia. Y por lo que toca al mito de la revolución, se le envío al pasado remoto de la historia patria y se anunció que la época de las revoluciones violentas había acabado con la alternancia democrática que garantizaría una larga era de progreso bajo la vigilancia de los organismos autónomos, los tribunales y la comunidad internacional.
Como sabemos, la 4T se opuso a esos mitos neoliberales. Es más, dentro de la 4T los cuatro mitos de la mexicanidad señalados por Ortega no sólo siguen vigentes, sino que incluso se han revitalizado. Desde el punto de vista de Ortega, los filósofos mexicanos tendrían que reconocer —con resignación, pero quizá, también, con ironía— que no han avanzado nada en su crítica de esos mitos y que, por lo mismo, la tarea de la filosofía crítica mexicana sigue siendo en 2024 básicamente la misma que en el siglo anterior.