Intento salvar a mi madre del olvido, tengo una fotografía de ella en la mesita de la cabecera de la cama: todas las noches antes del sueño, mi madre vuelve a sonreírme mientras me desnudo y entro a la tibieza de las colchas. Duermo custodiado por la mirada de Francisca Baró. Yo la preservo cada día en los gestos que labro en el transcurrir. Mis hijas no la conocieron y entonces yo les cuento como era su abuela y la supongo y dibujo a la abuela de mis hijas, no a mi madre. Un altillo de olores se despeña: intento salvar a mi madre del olvido.
Voy cargando los bultos de ropa por las calles empinadas de Guantánamo, un fermentado mediodía corroe las presencias. Vamos al río a lavar. Van mis hermanas y van mis primos y va mi tía Amparo. Mi madre se ha quedado en la casa cosiendo, pedaleando su máquina Singer. Retumba en mis oídos: Si vas al río y te ahogas, cuando vengas te mato.
Mi madre en su máquina Singer cose y parece que teje la noche con el pedaleo y el pespunte de la aguja nueva que le puso hace un rato. Desde los olores de las telas nuevecitas que le trajo la vecina para que mi madre le haga una saya roja y una blusa blanca. Los hilos desnudan el borde del carrete y yo espero que se acaben para construir el carrito en el patio y trasladar el polvo. Así evoco ahora a mi madre. ¿Todo fue así? No lo sé. Yo la reconstruyo y la eternizo: la salvaguardo. “Porque una madre como yo hay que mandarla hacer”, eso decía mi madre frente al espejo.
Murat y la 4T, el mundo al revés
No sé distinguir entre lo que evoco, lo que imagino y lo que fue. La memoria se alimenta de efemérides que ella muerde y rumia y después vomita sobre el espinazo de la circunstancia de la presencia. Nuestra razón está sustentada, está edificada de remembranzas. “Nuestra conciencia está hecha de memoria” (Guillermo Cabrera Infante).
Recuerdo que mi tía Amparo afirmaba que “un recuerdo es una cosa bonita, una cosa linda y a veces turbia, que la gente guarda muy adentro en el corazón para en los momentos tristes pensar en ellos y olvidarse de la misma tristeza que a veces quiere entrar en el corazón”, y que por eso ella tenía varios recuerdos, algunos malos y otros buenos, y que los buenos ella los atrapaba con cierta sonrisa salida del alma, pero que los malos los tenía agolpados en los ojos para mirar a la gente que quiere hacer daño. Yo evoco a mi tía frente al fogón colando café y besándome y diciéndome sobrino lindo. Mi tía Amparo murió el año pasado en San Juan, Puerto Rico, yo no pude decirle adiós, cuánto desconsuelo arropa el presente: ella cantaba un bolero que dice en uno de sus versos: “la verdad es el adiós”.
Ahora me llega el olor de los cueros de vacas de la talabartería de Fausto, un gallego que me hablaba de Napoleón, de Hitler, de Stalin y de Rusia. Ahora me llega el olor de la mermelada de la dulcería de la esquina de mi casa de Guantánamo. Ahora me llega el olor salino del mar de la primera vez que me llevó a Caimanera mi tío Sico. Todos esos acontecimientos se me agolpan. Y escucho las teclas de la Remington del mecanógrafo Mario Segú cuando yo le dictaba los legajos legales de mi abuelo Gualberto Olivares Speck, el abogado penal más reputado de Guantánamo. Todo lo invento ahora para salvar la memoria.
Habla, memoria
- Autor: Vladimir Nabokov
- Género: Autobiografía
- Editorial: Anagrama