EL ESPEJO

Siria: todo lo sólido se desvanece en el aire

Leonardo Núñez González *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Hay regímenes que parecen indestructibles y que permanecerán en el poder por siempre debido al control total que han logrado tener sobre una sociedad. A pesar de ello, pueden desvanecerse en unos instantes. Siria se une a este grupo con la caída del régimen de Bashar al Assad en cuestión de días.

La familia Assad se hizo del control de Siria desde la década de los setenta, después de un golpe de Estado que le permitió a Hafez al Assad establecer un régimen autoritario ultrapersonalista disfrazado de institucionalidad en el partido Baaz. Su gobierno se caracterizó por una estricta centralización del poder, represión de la disidencia y la creación de una imagen de estabilidad a través de un control estatal omnipresente. A su muerte en 2000, su hijo Bashar al Asad, formado como oftalmólogo en Londres, asumió la presidencia, marcando la primera sucesión dinástica en una república árabe.

Cuando la Primavera Árabe estalló en 2011, el régimen enfrentó lo que parecía ser su final. Las protestas pacíficas, inicialmente centradas en demandas de democratización y justicia social, se encontraron con una represión brutal. Este enfoque, diseñado para disuadir la disidencia, sólo intensificó las demandas populares y transformó las protestas en una guerra civil. A medida que el conflicto escalaba, diferentes grupos opositores comenzaron a emerger, incluyendo facciones moderadas, rebeldes islamistas y grupos yihadistas, como el Estado Islámico. La fragmentación de la oposición complicó la acción conjunta.

El régimen de Al-Assad no sobrevivió solo, sino que lo hizo gracias a alianzas clave con potencias autoritarias, como relataba la semana pasada. Rusia, en particular, desempeñó un papel fundamental en su supervivencia. En 2015, la intervención militar rusa marcó un punto de inflexión en el conflicto, con bombardeos aéreos que permitieron al régimen recuperar ciudades clave como Alepo. Este apoyo no fue altruista: Rusia consolidó su presencia en el Mediterráneo mediante la base naval de Tartus, asegurando un punto estratégico en la región, y logró crear la imagen de que desde Moscú podían sostenerse gobiernos autoritarios si se negociaba con Putin. Irán, por su parte, aportó recursos financieros, asesores militares y el despliegue de milicias chiitas que desempeñaron un papel crucial en la defensa del régimen, que terminó dominando el conflicto (aun a costa de millones de desplazados y muertos).

Sin embargo, las tensiones internas y externas debilitaron al régimen. La guerra en Ucrania limitó la capacidad de Rusia para mantener su apoyo, mientras que las sanciones y los problemas internos de Irán redujeron su influencia en Siria. Al mismo tiempo, el régimen enfrentó un creciente descontento interno debido al colapso económico y la incapacidad de reconstruir el país. Este descontento se transformó en un impulso que permitió a los rebeldes lanzar una ofensiva que culminó con la toma de Damasco hace un par de días. Bashar al-Assad, aislado y sin el apoyo de sus principales aliados, huyó de la capital, marcando el fin de su gobierno.

Siria enfrenta ahora un vacío de poder que amenaza con una nueva fragmentación o con la aparición de conflictos entre las facciones rebeldes, pues cada una de ellas tiene diferentes vínculos con países. En el futuro no es claro que el colapso del régimen autoritario traiga consigo la democracia o siquiera algo mejor, pero el régimen de Al-Assad se ha desvanecido en el aire.

Temas: