Se han terminado más de 50 años del gobierno de la familia Al Assad en Siria. En un abrir y cerrar de ojos ha terminado un conflicto que mantuvo a la región en una guerra civil por años y que implicó el desplazamiento de millones de sirios que huían del conflicto y que provocó una crisis humanitaria de grandes proporciones. Se cierra un capítulo, pero se abre otro lleno de incertidumbre y de nubarrones de inestabilidad.
Entre el sábado y el domingo las fuerzas rebeldes avanzaron con rapidez y entraron a Damasco. No encontraron resistencia y el presidente escapó hacia Moscú. Los aliados de Bashar al Assad brillaron por su ausencia. Rusia está ocupada con la guerra en Ucrania mientras que Hezbolá e Irán mantienen un tenso pulso con Israel. El ejército sirio se vio solo y las fuerzas rebeldes tomaron la oportunidad de lanzar una violenta ofensiva que conquistó Alepo y, desde ahí, su llegada a Damasco era cosa de tiempo.
Si bien estos eventos ponen formalmente fin a la guerra civil que inició en el 2011 luego de que Al Assad reprimiera violentamente las protestas prodemocráticas que se dieron en el país dentro de la llamada Primavera Árabe, la victoria de las fuerzas rebeldes no implica necesariamente una reivindicación de esos ideales que se entreveían en los jóvenes que salieron a las calles en ese momento. Las fuerzas rebeldes representan una coalición de múltiples grupos contrarios al régimen y que tienen diferencias entre sí. El grupo que destaca es la milicia islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS), que comparte un pasado común con Al-Qaeda, lo que debería levantar ciertas precauciones ante la posible deriva del país si se consolida este grupo en el gobierno.
Murat y la 4T, el mundo al revés
Si bien este cambio en Siria debilita a Irán y favorece a Israel, un grupo nacionalista islámico como HTS, sumado a un vacío de poder que traerá su buena parte de caos en el país, podría fácilmente convertirse en malas noticias para una región que hoy por hoy ya es un polvorín. Los sirios, así, estarán dando un salto al vacío al dejar el régimen autoritario de Al Assad y adentrarse en un proceso incierto de transición política.
La gran pregunta es qué pasará con más de la mitad de la población siria que migró al estallar la guerra. ¿El nuevo gobierno logrará crear las condiciones para su regreso y prosperidad? No parece factible que esto suceda pronto. Por la experiencia en otros países que culminaron su Primavera Árabe al derrocar a su respectivo dictador, Siria bien podría caer en una nueva fase de luchas intestinas por el poder que lleven a más sufrimiento a su población ya afligida por una guerra que parece no tener fin.
Al Assad fue considerado el mal menor en su momento. El dictador ha caído, pero la noche oscura sigue presente en Siria.