Sin duda, los conflictos armados representan el peor de los escenarios civilizatorios, pues constantemente se cruzan las fronteras de la barbarie. Es un terreno complejo en el que establecer los hechos, comprender las causas, proponer soluciones o trazar vías de negociación resulta una tarea ardua.
Las guerras se libran en múltiples frentes: geográficos, económicos y propagandísticos, entre otros. Por ello, mantener una postura informada, abierta y razonable es indispensable para quien, de buena fe, aspire a comprender y opinar sobre un conflicto armado.
Tras la Segunda Guerra Mundial, los intelectuales emprendieron grandes esfuerzos para esclarecer los hechos detrás de los conflictos más significativos. Un ejemplo paradigmático es el Tribunal Russell, presidido por los filósofos Bertrand Russell y Jean-Paul Sartre. Este tribunal buscaba investigar y juzgar los crímenes de guerra cometidos durante la Guerra de Vietnam. Aunque carecía de autoridad legal vinculante, tenía como propósito exponer la verdad y fomentar la prevención, evitando que tales atrocidades se repitieran.
Murat y la 4T, el mundo al revés
En el caso del conflicto entre Israel y Palestina, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir convocaron a especialistas que representaban tanto a un bando como al otro. Sus reflexiones se publicaron en un fascinante número de la revista Les Temps Modernes, en el que se plasmaron las demandas, necesidades, agravios y sueños de ambas partes, junto con algunas posibles soluciones.
No debió ser fácil participar en esos espacios, pero nadie declinó el esfuerzo de explicar sus razones, proponer alternativas e imaginar futuros. Nadie renunció a la esperanza en la razón.
Hoy, la situación es distinta. El conflicto entre Israel y Palestina ha alcanzado un punto delirante, arrastrando en su vorágine incluso a los espacios diseñados para escuchar todas las voces, promover los mejores debates y buscar los razonamientos más sólidos: las universidades.
Incluso llegó a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde se boicoteó un evento que buscaba crear puntos de encuentro entre visiones opuestas, pero abiertas al diálogo.
Parece que, en la actualidad, las investigaciones, los esclarecimientos y los análisis de las causas han perdido su importancia. Tampoco se fomenta el planteamiento de soluciones novedosas. Para muchos, la solución radica en la “cultura” de la cancelación, en el silenciamiento y la imposición de una única verdad: la suya. Esto es profundamente preocupante, pues amenaza con destruir las bases de las sociedades democráticas.
Karl Popper ya lo había advertido en La sociedad abierta y sus enemigos (1945). Según Popper, una sociedad completamente tolerante puede ser destruida si tolera a los intolerantes, ya que éstos podrían utilizar la libertad para eliminar la tolerancia misma. Ésta es la paradoja de la tolerancia.
¿Qué hacer? Respetar a quien ve el conflicto de forma distinta; razonar la información que leemos en los medios de comunicación y redes sociales; respirar antes de enfrascarnos en una discusión. La paz, esa que nos permite hacer la vida, la construimos o la destruimos todos.