Mikano Félix, líder de la pandilla Viv Ansanm, que controla barrios enteros de Puerto Príncipe, capital de Haití, se convenció de que la enfermedad y la muerte de uno de sus hijos fueron causadas por actos de brujería vudú practicados por un grupo de ancianos de Cité Soleil, localidad de la misma ciudad. Suena a novela de Carpentier, pero es una realidad atroz.
Según la mayoría de los reportes noticiosos, Félix llegó a esa conclusión después de haber consultado a varios sacerdotes de su pandilla. En venganza, el jefe criminal ordenó la ejecución de más de 184 personas en Cité Soleil, la mayoría de ellas, de la tercera edad, con el fin de abarcar al número mayor de brujeros de la zona.
Lo que está sucediendo en Haití es, desde hace años, el más terrible escenario de violencia que puede producir la falta de Estado en un país latinoamericano. En Brasil, México o Colombia se acostumbra a pensar que no hay país más violento que el propio, pero la medición de la violencia se basa en estadísticas autorreferenciales y sin distinciones cualitativas con otros contextos latinoamericanos.
Sí fue y también brindó
Sí, puede haber más muertos en un fin de semana en algún estado de México que los que murieron en días pasados en Puerto Príncipe. Pero la reacción de las autoridades locales y nacionales y de las instituciones de justicia es notablemente distinta. En Haití, a una masacre de una pandilla se responde contra otra de la pandilla rival y a ambas el Estado responde con la amenaza de una nueva masacre.
El primer ministro, Alix Didier Fils-Aimé, ha prometido neutralizar las pandillas, careciendo de capacidad policíaca o militar para hacerlo. Todos los proyectos recientes de reforzar el aparato de seguridad con efectivos de Kenia, tan promovidos por los gobiernos haitianos, han fracasado.
Pero habría que decir, frente a las fórmulas fáciles que tanto se repiten en estos días, que también han fracasado los intentos de movilizar ayuda internacional. La ONU ha conseguido muy poco, a pesar de la atención que ha prestado al problema el Secretario General, Antonio Guterres. Cualquier iniciativa queda entrampada entre foros internacionales, en constante pugna por las plataformas geopolíticas rivales, como sucede con la OEA o la CELAC.
A estas alturas, más posibilidades de lograr alguna asistencia humanitaria eficaz tendrían la propia ONU o gobiernos más distantes de las disputas caribeñas como el de Lula da Silva en Brasil. Sin embargo, parecen ser tantas las agendas abiertas por la diplomacia de Itamaraty, en los últimos meses, que difícilmente pueda concretarse alguna acción sólida.
De acuerdo con un último informe de la ONU, durante este año 2024, en Haití han fallecido más de 5,000 personas por los choques entre las pandillas. A la vez, cerca de 700,000 han emigrado, más de la mitad de ellos, niños, como consecuencia de una inseguridad descontrolada que se suma al aumento indetenible de la pobreza y la desigualdad y a la precarización de la vida cotidiana.