Que se escuche claro y fuerte, Estados Unidos con Donald Trump despachando desde la Oficina Oval de la Casa Blanca, va a mirar a México como asunto, fundamentalmente, de seguridad interna.
La dinámica comercial y su economía correrán por canales naturales y dentro de ellos se enfrentarán y resolverán, como se pueda, los aranceles, las cuotas, los vetos y las controversias.
En su narrativa, Donald —Persona del año 2024, según la revista Time— hablará siempre de México como origen de sus más graves males sociales. Fentanilo y la delincuencia migrante ladrona, lo mismo de empleos que de casas.
Donald quiere a Ronald (Johnson) como embajador en la Ciudad de México. Las cartas credenciales del próximo delegado diplomático y homónimo del payaso de la cadena de hamburguesas McDonald´s, provienen de su formación como soldado y su especialización en inteligencia.
Durante la primera presidencia de Donald, Ronald fue embajador en El Salvador cuando arribó al poder Nayib Bukele. La mano dura del centroamericano contra la Mara Salvatrucha y otros malandros de exportación mereció, entonces y ahora, aplausos de Johnson.
La llegada —falta que lo ratifique el Congreso de Estados Unidos, pero no se anticipa ningún obstáculo— del nuevo embajador, exboina verde —sí, como Rambo, el personaje de Hollywood— no implica en automático que pretenda interferir en los asuntos que sólo competen a nuestras instituciones articuladas estratégicamente por Omar García Harfuch. No.
Pero como en la vida y en la diplomacia en tiempos de Trump nada es coincidencia, la tentación de implantar a un especialista en armas y espionaje acá, es todo un mensaje por sí solo.
A partir del próximo año el debate legislativo en Washington volverá a hacer escala en si se deben o no declarar como organizaciones terroristas a nuestros
—horror— cárteles y capos.
Discutirá si el trasiego de fentanilo, cocaína, marihuana y precursores químicos, con la violencia implícita que hay en su contrabando y venta, afecta la seguridad y salud de los estadounidenses a tal nivel que se concedan el derecho de intervenir fuera de sus fronteras.
Ronald Johnson ejercerá de embajador, pero pondrá su vocación sobre lo que en verdad le importa, diagnosticar qué tan vulnerado está el Estado mexicano frente a las organizaciones criminales que operan y se combaten entre sí cada vez con más descaro.
Valorar si la nueva estrategia del segundo piso de la 4T apunta en la dirección correcta. Si además del foco oficial sobre las causas estructurales que alimentan al monstruo de las mil metralletas, las instituciones de seguridad y justicia se deciden de una vez por todas a imponer orden y legalidad en el día a día de la vida pública.
El perfil de quien Donald quiere aquí define con diáfana claridad lo que más le preocupa y ocupa al magnate. No se puede ignorar que ante un segundo mandato que no persigue la reelección, Trump hará lo que juzgue necesario, sin importar costos.