Con razón la mayoría acusa a la oposición de ser únicamente reactiva y poco propositiva.
En algún sentido, esta tendencia se ha manifestado a lo largo del periodo ordinario de sesiones que está por terminar. Los muchos líos que se han presentado en los plenos pasan por actitudes reactivas de la oposición cargadas de enojos, críticas y hasta pataleos, que en ocasiones llegan a tener sentido.
Lo reactivo también tiene que ver con cómo la mayoría se ha dedicado a utilizar la maquinaria para aprobar las muchas reformas que fueron propuestas por el expresidente; existe una alta dosis de impotencia.
Van por responsables de negligencia
A López Obrador han terminado por cumplirle todo lo que planteó el 5 de febrero y además sin cambiarle una sola coma a sus reformas. El sustento parte de que es un mandato del pueblo, como si hubiera sido el pueblo quien hubiera planteado las reformas. Lo que ha pasado es que López Obrador, la Presidenta y la mayoría se han personificado como el pueblo.
Las opiniones sobre esta personificación están desde todos los ámbitos confrontadas. Por una parte, la mayoría tiene un sustento legítimo a través de la democracia, los votos, pero, por otro lado, no pasa por alto que somos un país con una oposición que por más diluida que esté, juega un papel en el marco de la pluralidad y democracia en la toma de decisiones.
Si nos atenemos estrictamente a los votos, el 40% de la ciudadanía optó por una alternativa diferente a la de Morena y sus aliados. Seguirá siendo tema de polémica la llamada sobrerrepresentación bajo la que se conformó el Congreso, sin pasar por alto que esta fórmula, tan criticada por la oposición, ya había sido utilizada.
Es probable que la mayoría vea a la oposición únicamente como reactiva, porque ha tratado de ser un dique en la aprobación abrumadora de las reformas. Pero también es probable que así la vea, porque no la ha escuchado de fondo. Ha presentado argumentos que merecerían la atención.
No se les quiso escuchar en la discusión sobre la reforma judicial. Se organizaron varios “debates abiertos”, los cuales partieron de una convocatoria y una propuesta en la que se aseguró que se escucharían todas las voces, lo que incluía especialistas y personal del Poder Judicial.
Por más que se hable de 100 cambios al proyecto original, éstos fueron de forma, no de fondo. De haberse tomado en cuenta la opinión de muchos participantes, muy probablemente estaríamos metidos en menos problemas con la reforma. No sólo no se les escuchó, sino que en algunos casos ni siquiera se les dejó hablar. En la primera sesión metieron por la puerta de atrás al exministro, hoy morenista, Arturo Zaldívar.
Pasó lo mismo en los plenos. Se pueden abrir largos debates por horas y días, pero si se hacen sólo para cumplir con un trámite carecen de sentido. Al final se va a llegar con la decisión predeterminada y lo único que se hace es usar a la democracia para justificarla, bajo el prurito de que se escuchó a todos.
Es cierto que la oposición es reactiva, brinca y patalea en los congresos. Se quiere hacer valer, porque sabe que está largamente diluida, pero también se tiene que reconocer que detrás de ella hay opiniones y puntos de vista que pudieron ser tomados en cuenta, no solamente en el caso de la reforma al Poder Judicial, sino también en las otras propuestas.
La maquinaria se echó a andar con tal fuerza que hasta quienes al interior de la mayoría opinaban diferente, con puntos de vista válidos, fueron sometidos
Sólo el tiempo dirá qué tanto las reformas que han sido aprobadas van a beneficiar al país, y también qué tanto nos meterán en camisas de fuerza y en coyunturas que se convertirán en laberintos.
En algunos casos hay futuro, pero en otros, ciertamente vamos al laberinto.
RESQUICIOS.
La Presidenta nombró cónsul en Miami al exgobernador de Chiapas. El de Veracruz podría seguir un camino similar. Por lo que se ve se “premia” a quienes han dejado un tiradero en sus estados.