El colapso del régimen de Bashar al Assad en Siria es el evento geopolítico más importante del año y sus consecuencias están lejos de haber llegado a su fin, pues la enorme cantidad de intereses encontrados y en conflicto, tanto de manera interna como externa, hacen que el vacío de poder sea la dinámica más importante a seguir en el desarrollo de este conflicto.
Abu Mohammed al Jolani se ha posicionado como la figura que ha liderado la ofensiva. Con un pasado ligado al yihadismo, Al Jolani se convirtió en líder del HTS y estratega en la toma de las ciudades de Idlib y Damasco. Aunque sus vínculos previos con Al-Qaeda y el Estado Islámico le valieron la condena internacional, Al Jolani ha buscado distanciarse de este legado, presentándose como un líder pragmático y nacionalista. Desde Idlib, consolidó una estructura administrativa conocida como el Gobierno de Salvación de Siria, lo que le permitió establecer una base sólida para operar. Tras la derrota del régimen, Al Jolani ha prometido una transición inclusiva y el respeto a las minorías, pero su pasado controvertido y la designación de HTS como organización terrorista dificultan su aceptación internacional, por lo que su posición no es segura.
En lo externo, Irán, uno de los principales aliados del régimen, pierde un corredor estratégico que conectaba Teherán con el Mediterráneo y permitía el abastecimiento de Hezbolá en Líbano. Israel, que ha intensificado sus operaciones militares en Siria, considera esta situación una oportunidad para limitar la influencia iraní y hasta ganar territorio bajo su control. Mientras tanto, Rusia enfrenta el desafío de proteger sus intereses tras la retirada de sus tropas. La pérdida de bases estratégicas como Jmeimim y Tartus pone en peligro su acceso al Mediterráneo, lo que podría empujar a Moscú a negociar con HTS para mantener cierta influencia en la región.
Murat y la 4T, el mundo al revés
Internamente, el vacío de poder generado por la caída de Assad exacerba el riesgo de un resurgimiento del extremismo. Excombatientes del régimen y facciones disidentes podrían reorganizarse en células yihadistas, repitiendo patrones observados tras la caída de Saddam Hussein en Irak, que llevaron al surgimiento del Estado Islámico. Este escenario subraya la necesidad de una transición inclusiva y estable que evite una nueva espiral de violencia.
La reconstrucción del país es otro desafío monumental. Con más de 13 millones de desplazados y una economía en ruinas, Siria necesita una inversión estimada de 1.4 billones de dólares para su reconstrucción. Sin embargo, las divisiones internas y la falta de consenso político dificultan cualquier esfuerzo coordinado. La comunidad internacional enfrenta el dilema de apoyar financieramente la reconstrucción mientras garantiza que los recursos no fortalezcan a facciones extremistas ni perpetúen la fragmentación.
El fin del régimen de Assad es más que el cierre de un capítulo en la historia de Siria; representa el inicio de un proceso que redefine el panorama político en Medio Oriente. La figura de Al Jolani y el rol del HTS serán determinantes para el futuro del país, mientras los actores internacionales se debaten entre sus intereses estratégicos y la necesidad de promover la paz. La reconstrucción de Siria dependerá de la capacidad de sus nuevos líderes para superar las divisiones internas y evitar que el vacío de poder se convierta en un caldo de cultivo para nuevos ciclos de violencia.