TEATRO DE SOMBRAS

Personitas

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

Hasta hace un par de siglos, cuando no existía la adolescencia tal como ahora la entendemos, los seres humanos pasaban directamente de la infancia a la edad adulta.

Ahora es distinto. La infancia se ha prolongado hasta la llegada de la pubertad e incluso después de ella. Y luego viene la adolescencia, en la que uno ya no es un niño, pero tampoco es un adulto y esa etapa intermedia se puede extender hasta después de los dieciocho años.

Sin embargo, hay excepciones desconcertantes. Algunos niños se hacen adultos con una velocidad asombrosa. Las condiciones adversas de la vida muchas veces los obligan a asumir no sólo las responsabilidades y las tareas de los adultos, sino a convertirse en ellos por medio de un desarrollo prematuro del carácter, del juicio, de la perspicacia.

Otras veces —y éstos son los casos que más me impresionan— hay niños que, sin padecer ninguna de aquellas exigencias socioeconómicas, se hacen adultos de manera extraordinariamente precoz, como si su calendario vital estuviese adelantado. Seguramente usted, amable lector, ha conocido alguno de esos casos. Hablamos de niños —pero, quizá, sobre todo, de niñas— que en un dos por tres se convierten en personas hechas y derechas. Una característica en común de esas personitas es que lo saben todo, lo entienden todo, lo captan todo. Perturba que les hablen a los adultos de tú a tú, que los traten con cierta condescendencia, que incluso sean capaces de corregirlos o reprenderlos y de que, además, siempre lo hagan con buenas razones.

En su cuento La legión extrajera, la escritora brasileña Clarice Lispector narró la historia perturbadora de la relación entre una mujer adulta, profesionista, madre de familia, y una niña de ocho años llamada Ofelia, su vecinita, que va a visitarla a diario, y que es una de esas personitas que ya son adultas; tan adulta como cualquier mujer de la edad de su madre. La niña Ofelia se planta frente de la narradora del cuento con absoluta seguridad y aplomo. Conversa con ella como si la adulta fuera la niña y la niña fuera su anfitriona, quien no sabe cómo tratarla. La niña critica a la señora de la casa porque no se levanta temprano, porque no se baña de inmediato, por estar en bata hasta tarde, por no comprar suficiente comida para la semana. Entre ellas se genera una relación de poder en la que la niña es la que lleva todas las de ganar. Así pasan los días hasta que una ocasión la pequeña Ofelia cede a sus instintos infantiles y se convierte en una niña enfrente de su víctima. Después de ese incidente bochornoso, Ofelia deja de visitar a la señora, que ya puede respirar tranquila. Este cuento de Lispector describe con precisión quirúrgica la compleja relación que se puede dar entre una personita y una persona.

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