VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Viejo bolivarianismo y nuevo progresismo

Rafael Rojas *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Hace unos días se reunieron en Caracas los principales líderes de gobiernos pertenecientes a la Alianza Bolivariana, más algunos representantes de países caribeños. La reunión conmemoró los veinte años de la fundación de ese foro, por Fidel Castro y Hugo Chávez, a mediados de la primera década del siglo XXI, cuando gobernaba George W. Bush.

Ninguno de los líderes originarios de aquella organización estuvo en esta cumbre. No estaban allí Chávez ni Fidel, que ya murieron, pero tampoco Raúl Castro, Evo Morales o Rafael Correa, que están vivos. De aquellos fundadores, sólo estuvo Daniel Ortega, cuya presencia, a juzgar por fotos y videos del evento, fue de las más incómodas o menos convocantes.

Se habló, una vez más, de la unidad de América Latina y el Caribe, siempre y cuando lo que unifica impida cuestionar o, cuando menos, certificar la reelección de Nicolás Maduro, que volvió a justificarse y celebrarse en el foro. Y se habló también, con renovado énfasis, de los peligros que entraña el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y el aliento que concederá a las nuevas derechas de la región.

En lo sustancial, tanto a nivel doméstico como diplomático, las posiciones del eje bolivariano parecen ser las mismas de hace dos décadas: rechazo al libre comercio en las Américas, a la plataforma interamericana y, específicamente, a la OEA, a las críticas sobre déficits democráticos o violaciones de derechos humanos, aunque provengan de gobiernos de izquierda, como los de Gabriel Boric en Chile, Bernardo Arévalo en Guatemala o Lula da Silva en Brasil, y búsqueda de redes geopolíticas alternativas al orden liberal.

Pocos días después de la cumbre de la ALBA, el presidente colombiano, Gustavo Petro, hizo dos viajes muy reveladores. Uno a las islas Galápagos, donde se reunió con Daniel Noboa, presidente ecuatoriano, blanco habitual del discurso bolivariano. El otro a la Ciudad de México, donde visitó a la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum en Palacio Nacional.

En ambos viajes, Petro intentó reafirmar la identidad del nuevo progresismo, en contraposición al viejo bolivarianismo. En las Galápagos, el mandatario colombiano habló de la importancia de abandonar el extractivismo y construir políticas económicas ancladas en el cuidado del medio ambiente y el combate al cambio climático. En México, habló de la necesidad de una unión entre los “gobiernos progresistas”, expresión que no oculta un deslinde del bloque bolivariano.

Ambos viajes dejan claras otras dos diferencias sustanciales entre el nuevo progresismo y el viejo bolivarianismo: para el primero son indispensables las relaciones diplomáticas con gobiernos de derecha, si se quiere dotar de contenidos reales cualquier proyecto de integración. Tan inevitables serían esas relaciones como las que se sostienen con Estados Unidos, que tanto en Colombia como en México, los gobiernos de izquierda mantienen como una prioridad.

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