Fue una estudiosa de la literatura de Jorge Luis Borges y de la filosofía de Walter Benjamin y escribió sendos libros sobre ellos. Fue observadora y protagonista del cambio urbano de Buenos Aires, entre fines del siglo XX e inicios del XXI, y de los múltiples registros culturales de esa mutación. Escribió muchos libros, pero también artículos en la prensa, fundó y dirigió revistas, asumió por décadas una cátedra universitaria.
Beatriz Sarlo (1942-2024), ensayista argentina, archiconocida, venerada y a veces odiada en su país, lamentablemente poco leída en México y otros países latinoamericanos, acaba de fallecer y su ausencia ya se siente y molesta. Hasta hace muy pocos meses, quienes seguimos la realidad latinoamericana, sabíamos que ahí estaba ella, desafiando cualquier cliché ideológico.
Hablamos de una intelectual, término que ella reclamaba para sí sin vacilación, que en su juventud fue una militante marxista contra la última dictadura militar, que luego cuestionó los silencios y las deudas de la transición democrática, que desconfió de los triunfalismos liberales tras la caída del Muro de Berlín y que criticó directamente, sin tapujos, cada uno de los gobiernos argentinos del siglo XXI: los de los Kirchner y Fernández, pero también los de Macri y Milei.
Murat y la 4T, el mundo al revés
El tipo de escritura que practicó Beatriz Sarlo tiene un nombre, ensayo, y una brillante y nutrida tradición en América Latina. Sus libros se publicaron en editoriales que se dedicaban, centralmente, a ese género, como Fondo de Cultura Económica y Siglo XXI, que por motivos inquietantes hoy parecen darle la espalda en el mercado del libro iberoamericano.
Todos sus ensayos, incluso los más profesorales, tienen esa tesitura, que tal vez provenga de cercanías, vivencias y estudios sobre dos prosistas de su generación como Juan José Saer y Ricardo Piglia. Tan sólo algunos títulos, Una modernidad periférica (1988), Escenas de la vida postmoderna (1994), La pasión y la excepción. Eva, Borges y el asesinato de Aramburu (2003), dan una idea de las dimensiones del proyecto intelectual de Sarlo.
No sólo aquellos libros, también su pertinaz intervención pública en los periódicos, la radio, la televisión y los medios digitales, en las últimas décadas, hicieron de Beatriz Sarlo un rarísimo caso de sobrevivencia del viejo intelectual público, en este caso personificado por una mujer, en el nuevo
planeta digital.
Con la muerte de Sarlo se repite en Argentina algo que hemos escuchado antes en muchos países latinoamericanos. En México, es inevitable asociar una figura como Sarlo con Carlos Monsiváis, quien compartió no pocos intereses con la escritora argentina. Es raro encontrar en otros ensayistas latinoamericanos un interés y un conocimiento tan bien repartido entre la literatura, el cine, las artes, la cultura popular y la política.
Con frecuencia ella decía que sus dos grandes pasiones eran la literatura y la política, pero se quedaba corta. Lo que sí resulta indudable es que en las dos últimas décadas se ubicó en el centro de los debates políticos argentinos. Cuando una parte de la intelectualidad de ese país giró a favor de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, ella se opuso con lucidez. Pero cuando vino el reflujo favorable a la derecha, también se opuso, con igual lucidez.
Molestaba a los políticos y a los empresarios, pero también al sector intelectual plegado a los gobernantes de turno. Sus enemigos fueron los enemigos del intelectual y del ensayo, que crecen en el siglo XXI. Enemigos que provienen de múltiples poderes, incluido el académico y el editorial, aunque parezca contradictorio. Proliferan los puristas de la argumentación fría o imparcial, los ideólogos que demandan compromiso con el partido gobernante o el líder histórico y los censores de siempre, que con frecuencia se confunden con los promotores de una literatura vendible.