Estamos a pocos días de la toma de protesta de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, quien fue galardonado como personaje internacional del año por la revista Time y cuya campaña se caracterizó por centrarse en una “batalla cultural”, al igual que Milei en Argentina, Bolsonaro en Brasil, Kast en Chile, hay señales de que el espectro político de las derechas se ha reorganizado con mensajes continentales más sólidos alrededor del concepto de “libertad”. En México el exponente más claro es el empresario Salinas Pliego, posicionado como un referente en esta “batalla”, que hasta ahora no ha derivado en algo electoral. No sabemos si en el futuro lo hará.
Lo que es claro, es que esta batalla, ya desembarcó en territorio mexicano. En palabras de George Lakoff, es parte de la moralidad de la política; también es un golpe, a quienes dicen que las ideologías “ya no existen”, nada más lejano y fuera de nuestros tiempos. Estamos viendo dos polos enfrentarse por la cultura, en un proceso que durante las dos primeras décadas había sido ganado por el progresismo, prácticamente sin resistencia política, donde independientemente del partido que ganara las elecciones, prácticamente todos terminaban corriéndose hacia definiciones progresistas.
Queda claro que en México esta etapa ha terminado. Desde mi perspectiva y para ponerle fecha, terminó tras la elección presidencial y el derrumbamiento final del frente del PRI-PAN-PRD, que llevó al extravío ideológico a la fuerza electoral de derecha mexicana tradicional. Hoy hay nuevas realineaciones, algunas vienen desde la nueva dirigencia panista con su redefinición ideológica en defensa de la familia y la vida que saca de su barco discursivo al progresismo impulsado por la vieja corriente experredista que se había apropiado de su plataforma, y por otro lado el emprendimiento de la batalla por el lenguaje comunicacional masivo del dueño de Azteca frente a lo que él mismo denomina el lenguaje woke.
Murat y la 4T, el mundo al revés
Desde la negociación del Pacto por México no se había propuesto en nuestro país una dicotomía cultural abierta en el campo electoral. El pacto coronó el proceso de distorsión política en la clase política de la época decimonónica, poniéndolos a todos en el mismo saco y facilitando la caída del sistema político transicional en 2018. Prácticamente quienes se sentaron a distribuir beneficios en aquel pacto, terminaron “dirigiendo” el frentismo que fracasó una y otra vez como opción electoral, y que permitió potenciar el discurso obradorista y el enorme crecimiento de Morena en nuestros tiempos. Lo que hasta ahora nos comienzan a narrar distintos actores es el realineamiento de las derechas, volviendo a aparecer con plataformas políticas que los presenten con fidelidad. No podríamos hablar de sólo una, ya que aún falta ver si la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), lanza algún esfuerzo por constituirse como partido político, lo que sabremos en breve.
Prácticamente desde 2013 todas las fuerzas electorales se habían posicionado con agendas de centro izquierda-izquierda; estamos viendo surgir una nueva época que apela a la moralidad mexicana, tanto al “mexicano liberal”, que prácticamente se quedó sin opción; como a cerca de 35% de electores, de acuerdo a latinobarómetro, que se identifica con posiciones relacionadas con la derecha (en distintas intensidades), un mercado que hasta ahora no había tenido mayor atención y por lo tanto carente de competitividad, pero al que actores políticos están volteando a ver en este inicio de sexenio. En los próximos años veremos cómo se desenvuelve esta batalla cultural que ha desembarcado en México. Ojo, no tiene que ver con niveles socioeconómicos sino con cultura y actitud política.