LA UTORA

Le hubiera regalado dignidad

Julia Santibáñez *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: larazondemexico

“Tu propio cuerpo [...] es lo único con lo que puedes hacer lo que quieras. Pero ni eso te dejan”, dice la protagonista de La vegetariana, de la surcoreana Han Kang, Nobel de Literatura 2024. Estas frases traslucen una lucidez subversiva. Incómoda. Salvaje.

Yeonghye es una mujer promedio. De hecho, su grisura es el rasgo más atractivo para el misógino novio y, luego, marido: ella no le exige ningún esfuerzo. Un día, Yeonghye decide no comer más carne. La postura irrita a su esposo, a la madre y hermana, al padre. Sobre todo al padre, quien pone en juego violencias cotidianas. Espeluznantes. El sistema entra en crisis porque su familia y la gente la miran con recelo o se enfurecen, tratan de forzarla a ser “normal”. El ímpetu de esta chica léperamente flaca es una granada de mano en mitad de una comida. La novela se cuenta a tres voces (el marido, el cuñado, la hermana) aunque mantiene en el centro a la vegetariana, mientras la autora construye en espiral el tono de cuestionamiento social.

En la nueva película de Almodóvar, La habitación de al lado, Martha (Tilda Swinton) tiene cáncer terminal. Acepta un tratamiento alternativo, que no funciona. Los médicos proponen más quimioterapia, pero ella se niega a morir entre angustias. Opta por la eutanasia. Ante la negativa de sus mejores amigas a ayudarla acude a Ingrid (Julianne Moore). Sobre una paleta de rojos y amarillos vivísimos, Martha cita el final de “Los muertos”, cuento de James Joyce: “La nieve caía débilmente a través del universo y débilmente caía sobre todos los vivos y los muertos” (traducción mía). Encuentro puntos de coincidencia: aunque Natura nos iguala a muertos y vivos, quienes te aman y también los médicos, incluso la policía, no aceptan que dictes sobre tu cuerpo. Vivir es obligatorio.

Ahora mismo tengo cerca esa paradoja: una persona mayor y enferma busca morir con decoro, antes de perder más facultades. Parte de sus hijos la apoya, pero el resto tiene urgencia de aferrarse al clavo ardiendo de mantenerla viva. Hacia el final de “Los muertos”, la voz narrativa señala: “Uno a uno, todos se convertían en sombras. Mejor entrar con audacia en ese otro mundo, viviendo el esplendor de una pasión, que disolverse y marchitarse con la edad” (de nuevo, traduzco yo). Creo que ésa será mi decisión, en caso de poder tomarla: elegir la hora y circunstancia de irme, cuando aún me apasione estar viva.

Durante los últimos meses de mi madre, en 2020, necesitó cuidadoras, un cerro de pastillas diarias, oxígeno, pañal. Se afantasmaba paso a paso. Ella nunca expresó la voluntad explícita de poner punto final. Y yo la sugerí, pero no hablé de frente. En este día de regalos insulsos pienso que me hubiera gustado darle a mi mamá la opción de irse con su dignidad por delante, si lo hubiera querido. No tuve el coraje.

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