En Israel la gente se mueve con un profundo pesar, hay un dolor omnipresente que es individual y colectivo a la vez. Están los cientos que perdieron a sus seres queridos a manos de Hamas, también aquellos que sobrevivieron el ataque, pero se sienten culpables por haberse salvado, que son incapaces de salir de la cama y regresar a una vida que nunca volverá. Ésos a quienes las mismas escenas los despiertan cada noche, un recuerdo convertido en pesadilla.
Están también los que se oponen a que la guerra continúe, aquellos que duelen el dolor de los palestinos y poco o nada pueden hacer para detener al gobierno. También están los otros, los que quieren que esta pesadilla termine, pero no se atreven a decirlo en voz alta; heridos en el clóset; y, por último, aquellos que, sin percatarse, han perdido algo precioso que difícilmente podrán recobrar: la capacidad de tener empatía por el dolor ajeno.
Están los padres, abuelos, hermanos y amigos de los soldados que siguen muriendo en el frente cada día en una guerra que ha perdido sentido. Están también los que regresaron de ese frente, cientos con daños físicos, miles con heridas psicológicas. Están también las decenas de miles que llevan más de dos años fuera de sus casas, refugiados en su propio país. Están todos éstos y más. Sin embargo, la herida más profunda en el país, ésa que ha tocado las cuerdas del alma de la nación, es el dolor de las familias de los cien rehenes atrapados en Gaza.
Autoridad municipal burla acuerdos
La naturaleza de este dolor es diferente a la de un duelo, pues desde hace ya más de 400 días las familias viven, día a día, con la incertidumbre de si sus seres queridos están vivos. Cada mañana la misma pregunta. Más doloroso aún es para ellos saber que el último obstáculo para la liberación es su propio gobierno. El ejército y las fuerzas de seguridad han dicho, a puertas cerradas, desde hace ya meses, que ha llegado el momento de pactar. La nación está lista; 80 por ciento del público apoya la firma de un tratado y el fin de la guerra. Sin embargo Netanyahu se opone, teme que esta decisión acabe su pacto con la ultraderecha y su estadía en el poder. Dos objetivos fijó el gobierno al iniciar la guerra, acabar con Hamas y regresar a los rehenes. Ninguno de los dos se ha cumplido ¿para qué continuar?
A lo largo de los meses hemos conocido a cada una de las personas detrás de los pósters. El dolor de las familias se ha convertido en el de toda una nación. Sólo el fin de la guerra podrá regresar un poco de lo perdido y tal vez dar un poco de descanso a los rehenes que regresaron del cautiverio en cuerpo, pero cuya alma se encuentra aún en Gaza.