Llega el 2025 después de un año lleno de grandes cambios para nuestro país. Es innegable la transformación de la economía mexicana registrada en los últimos 12 meses con importantes cambios derivados tanto del plano interno como del externo.
En el plano de la geopolítica internacional, las tensiones se han venido incrementando con los conflictos en Medio Oriente, la guerra en Ucrania, las disputas entre China, Taiwán y Estados Unidos. A ello se suma la debilidad económica de Europa y China. En paralelo el triunfo de Trump de la presidencia acentúa las preocupaciones ante las amenazas sobre México de imponer aranceles condicionados a la política migratoria y en materia antidrogas.
En lo interno, los cambios a la Constitución fueron mayores, principalmente la reforma al Poder Judicial, desaparición de los órganos autónomos, redefinición de las empresas estratégicas del sector energético, el blindaje a las reformas constitucionales. Asimismo, en la coyuntura, el fin de año muestra una desaceleración productiva, con altas tasas de interés, el mayor déficit público en los últimos 30 años, pero por fortuna con una inflación contenida y descendente.
Hasta luego… pero sí producen fentanilo
Este balance, que luce con bastantes retos y dificultades, abre la puerta al 2025 con un elemento que seguramente estará presente a lo largo del nuevo año, se trata de la incertidumbre. Como pocas veces en la historia moderna de México las dudas y riesgos sobre la economía se plasman de manera tan evidente.
Ya los analistas económicos dan cuenta de ello. Por ejemplo, las previsiones sobre el crecimiento económico ubican el consenso en 1.2% pero están muy dispersas (en rango del 0.2% hasta el 2.1%, Encuesta Citi 18 de diciembre), lo cual refleja claramente la falta de homogeneidad en las expectativas derivada de la incertidumbre.
Considero que la principal fuente de incertidumbre para la economía mexicana se ubica en las amenazas de Trump en torno a la imposición de aranceles de 25% a todas las exportaciones mexicanas, hay un consenso generalizado de que dicha amenaza no es factible en virtud de los daños que la medida tendría sobre ambas economías, no obstante, el riesgo existe.
Una segunda fuente se refiere al pronunciado ajuste fiscal al que se ha comprometido el Gobierno mexicano de más de dos puntos del PIB. Aquí se aprecia una doble preocupación, pues de llevar a cabo el ajuste —cumpliendo con el objetivo— sin la mejora programada en los ingresos públicos el impacto sobre el crecimiento económico será significativo por un mayor ajuste al gasto, y por otro lado, si no cumple y se cae en un déficit mayor al programado, dependiendo de la magnitud, el impacto sobre la confianza en la sustentabilidad fiscal tendría importantes repercusiones sobre la inversión y la calificación de la deuda soberana.
Un tercer elemento, pero no menos importante, radica en que los cambios constitucionales en materia judicial y de organismos autónomos tendrán que mostrar eficacia y funcionalidad para favorecer el marco regulatorio de la economía, de lo contrario, la afectación sobre las decisiones de inversión también será importante.
El nuevo programa de Gobierno que intenta fortalecer los logros y corregir algunas insuficiencias de la administración anterior se enfrenta a un panorama de incertidumbre y menor crecimiento. La coordinación de las políticas públicas —especialmente fiscal y monetaria que brinden una perspectiva de estabilidad—, una mayor eficiencia en el gasto público, un éxito más firme en la lucha contra la inseguridad serán requisitos indispensables para sortear los retos que ya son evidentes para este nuevo año.