TEATRO DE SOMBRAS

La humanidad y la tierra: una conjetura metafísica

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. Foto: La Razón de México

Hay una idea muy optimista de que los humanos podemos existir en cualquier sitio. No en balde, se diría, los humanos hemos colonizado todas las regiones del planeta, las más frías y las más cálidas, las más altas y las más bajas. Nada nos detiene.

La humanidad, representada por una foto de stock.
La humanidad, representada por una foto de stock. ı Foto: Freepik

Podemos emigrar de la zona fría a la cálida y de la alta a la baja; quizá nos cueste algo de trabajo adaptarnos en un principio, pero siempre podemos lograrlo. De manera análoga, se supone que los seres humanos podríamos adaptarnos al espacio exterior, que podríamos vivir por siempre en estaciones espaciales orbitales o en Marte. Pues bien, yo creo que debemos tener cuidado con la analogía anterior. No es lo mismo cambiar de hábitat dentro del planeta Tierra que cambiar de hábitat fuera de la Tierra. El primero puede ser un cambio radical, que exige poderosas capacidades de adaptación, pero el segundo supone algo más que lo anterior, lo que yo diría es que el cambio en cuestión sería de otro tipo, que sería una mutación que no sería necesariamente biológica, suponiendo que el ADN de los humanos en el espacio exterior permaneciera el mismo, sino más bien metafísica.

Alguien de nuestra especie que naciera, viviera y muriera en una estación en Marte ya no sería un terrícola, sería un marciano. Hasta aquí no hay nada inquietante. La pregunta que quisiera plantear es la de si podríamos seguir hablando, con propiedad, de ese individuo marciano como un ser humano. Desde una posición que a mí me parece cuestionable, la humanidad no depende de la terrenalidad, es decir, los seres humanos pueden vivir en cualquier sitio fuera del planeta Tierra sin que, por ello, pierdan nada esencial de su humanidad. La posición que yo quisiera defender aquí o, por lo menos, le pediría que usted que tome en cuenta, es que la humanidad no se puede desligar de la terrenalidad, es decir, que uno de los rasgos esenciales de la humanidad es que se geste, se desarrolle, se desenvuelva en el planeta Tierra.

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*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.

Los seres humanos no estamos flotando a la mitad del espacio, no venimos de la nada, somos partes inseparables de un todo, a saber, el ecosistema terrestre. Hay veces en las que podemos extraer una parte de un todo sin que esa parte deje de ser lo que ha sido hasta entonces. Lo que yo planteo es que no es ése el caso con los seres humanos. Para que algo sea un ser humano en un sentido pleno debe ser parte del ecosistema terrestre. Quizá podrá seguir existiendo por fuera de nuestro planeta, pero ya no como un ser humano, sino como otro tipo de ser vivo que requerirá definirse de otra manera.

Es probable, estimado lector, que usted se pregunte a qué viene todo esto al caso. Pues bien, hay quienes piensan que el mayor reto de la humanidad consiste en generar las condiciones para la sobrevivencia de la especie humana fuera de nuestro planeta. Eso supone que podamos hacer estaciones en el espacio lo más pronto posible. Elon Musk, el hombre más rico del mundo y uno de los más poderosos, se ha proclamado a sí mismo como el adalid de esta magna empresa. Frente a semejante proyecto, que consumirá enormes recursos, cabe hacerse la pregunta de si lo que queremos es buscar la sobrevivencia fuera del planeta o hacer lo que sea indispensable para garantizar la sobrevivencia aquí en nuestro planeta.

La pregunta va más allá de una cuestión de apego a la Tierra (en el doble sentido de la palabra, como el planeta y como el terruño), más allá de las formidables consideraciones políticas, económicas y sociales de emprender una estrategia de migración al espacio, sino que toca, como he sugerido en este artículo las preguntas filosóficas de qué somos los seres humanos y de qué podemos llegar a ser. Estas interrogantes quizá no sean relevantes para usted o para mí en un plano individual, pero sí lo son en un plano colectivo en el que hemos de pensar y actuar en tanto que seres humanos, en tanto que miembros de una especie que tiene la característica única de ser inmensamente poderosa y, al mismo tiempo, alarmantemente frágil.