No tuvieron que pasar muchos días del triunfo de Donald Trump en las elecciones de EU para que empezara materialmente a gobernar.
Se ha movido como ha querido y ha lanzado dardos de todo tipo que por ningún motivo pueden menospreciarse. Tan no se debe hacer, que México y Canadá han sido tocados por el futuro presidente. En el caso canadiense ha provocado, junto con otros elementos internos, una crisis de grandes proporciones que han llevado a la renuncia de su primer ministro.
Trump no tiene medida ni la va a dejar de tener de no ser que el Congreso de su país o circunstancias extraordinarias se lo impidan. Ha puesto particular atención en las fronteras de EU logrando, entre otras cosas, que producto de sus opiniones sobre Canadá y México estos países entraran en una confrontación incómoda en medio de declaraciones que terminaron por enfrentar a los gobiernos.
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En Canadá las cosas se exacerbaron. Además de que los conservadores consideraron un insulto la comparación de lo que pasa en las dos fronteras, uno de sus líderes aseguró que México tendría que estar fuera del T-MEC. El mismo personaje podría ser el próximo primer ministro canadiense.
Se ve muy remoto que esto pudiera pasar, pero se va creando un ambiente que no va a ayudar en la relación trilateral y bilateral. Trump nos puso a pelear y lo logró, además en el camino se dedicó a lanzar pullas sobre la situación interna de Canadá, ha dicho en varias ocasiones que este país debería de ser un estado más de la Unión Americana, lo cual ha provocado un vendaval político. A esto se suma que Justin Trudeau ha sido severamente criticado por la influyente oposición que considera que salió corriendo a Florida a ofrecerse a Trump.
El caso mexicano es una vieja historia entre el futuro presidente y nuestro país. A lo largo de varios años nos ha traído en la mira como parte de una convicción, y también para acercarse lo más posible al muy desarrollado conservadurismo que existe en su país.
Ayer de nuevo arremetió en todos los frentes contra México. Aseguró que va a proponer cambiarle el nombre al golfo de México por el de golfo de América. Si estuviéramos bajo otras condiciones diríamos que es una balandronada. Para que esto suceda se tiene que pasar por largos procesos, pasos en los cuales inevitablemente está la decisión de nuestro país.
Sin embargo, estamos en tiempos en que muchas cosas pueden suceder, porque puede tomar en este momento decisiones que tengan un gran apoyo de su Congreso. El tema no es para pasarlo por alto, a pesar de que, insistimos, parece un buscapié y una muy lamentable propuesta y provocación.
Lo que sigue siendo una constante es su visión sobre quién gobierna México. No solamente es su opinión, es también la de las diferentes agencias de seguridad de EU. Las sesiones recientes en el Congreso han sido ocasión para el debate de lo que se ha investigado sobre México, lo cual en la mayoría de los casos coloca a nuestro país dominado por la delincuencia organizada y la violencia.
Lo delicado del asunto es que las condiciones en materia de seguridad y la influencia de los cárteles de la droga no se ha atemperado. Es cuestión de ver lo que sigue pasando en Culiacán, lo cual es un referente para EU en función de la violencia imparable en la ciudad, pero, sobre todo, porque el llamado Cártel de Sinaloa es uno de los centros fundamentales en la producción, distribución y circulación del fentanilo. Es obvia la importancia del juicio de los hijos de El Chapo y lo que estén dispuestos a ofrecer con tal de que pueda ser menor la pena que les dicten.
Es una maraña que no queda claro en qué pueda acabar; el 20 de enero se acerca inexorablemente.
RESQUICIOS.
Es brutal cómo en medio de lo que se está viviendo, no hay voces en la oposición que pudieran ser un factor de crítica, análisis e influencia. Siguen en el tsunami sin darse cuenta de que lo que se viene nos va a afectar de manera trascendente con altísimo riesgo.