El pasado fin de semana, Edmundo González Urrutia, presidente electo de Venezuela según las actas electorales, emprendió su regreso al país. Exiliado desde septiembre del 2024 por el acoso del régimen de Nicolás Maduro, González Urrutia y María Corina Machado han trabajado incansablemente para materializar el cambio de gobierno que los votantes demandaron en las urnas.
Durante cuatro meses en España, González Urrutia reforzó su determinación de asumir la presidencia constitucional de Venezuela. Mientras tanto, María Corina permaneció en el país, enfrentando los embates de un gobierno que no reconoce los resultados electorales, arriesgándose cada día a una detención arbitraria, como ocurrió con Leopoldo López en 2014.
López, líder del partido Voluntad Popular, sufrió prisión en la cárcel de Ramo Verde y, posteriormente, un arresto domiciliario hasta el 30 de abril del 2019, cuando fue liberado por fuerzas opositoras en un intento de levantamiento liderado por Juan Guaidó, quien ahora también vive en el exilio.
Por su parte, Nicolás Maduro parece atrapado en un laberinto de su propia creación. En su desesperación, ha recurrido a medidas extremas: renovar la cúpula militar, rodear el Palacio de Miraflores con guardias armados y otorgar poderes plenipotenciarios a Diosdado Cabello, su fiel cancerbero y jefe del ejército. Pero Maduro ignora una verdad inapelable: sin actas, no hay legitimidad presidencial.
A pesar de sus maniobras políticas, retórica vacía y campañas de intimidación, la comunidad internacional no está dispuesta a respaldar a un mandatario ilegítimo. Sus aliados más poderosos ya no son los mismos. El reajuste geopolítico del 2024 debilitó las posiciones militares rusas en Siria y el Mediterráneo, dejando a Putin con prioridades más urgentes. Incluso Lula da Silva le ha dado la espalda, reconociendo que ser de izquierda no justifica el autoritarismo.
En la antesala de la toma de protesta del nuevo gobierno, González Urrutia realizó una gira por varios países de la región. Durante el recorrido, se reunió con comunidades de exiliados venezolanos y sostuvo encuentros con líderes como Javier Milei, presidente de Argentina, y Luis Lacalle Pou, presidente de Uruguay. También dialogó con Joe Biden y figuras clave del círculo cercano de Donald Trump.
Ésta no es la primera vez que figuras internacionales buscan frenar al régimen de Maduro. En 2015, José María Aznar lideró una petición firmada por 19 expresidentes para exigir la liberación de los presos políticos venezolanos. Dos años después, en 2017, Luis Almagro, secretario de la OEA, reunió a 22 países para intentar aplicar la Carta Democrática a Venezuela ante las constantes violaciones de derechos humanos. Sin embargo, nada logró detener al dictador.
Los días de silencio han llegado a su fin. Maduro ya no puede contar con la indiferencia de los países de la región, y este nuevo escenario traerá transformaciones inevitables para Venezuela.
¡Se acabó la tinta, dictador Maduro! Ya no podrá continuar escribiendo esta novela de política barata latinoamericana, con las manos manchadas de Diosdado Cabello ni dictando capítulos a través de un pajarito imaginario. Es momento de aceptar la realidad y retirarse antes de que sea demasiado tarde.