Me percato, como las cosas que son evidentes, pero que permanecen desapercibidas, que desde hace una década coloqué en mi muro de Facebook una foto de un edificio en París del que cuelga una manta con la siguiente leyenda: “Je suis Charlie”.
Tiene sentido, porque el ataque terrorista en la redacción de Charlie Hebdo, que cobró la vida de 12 personas, era tan sólo el inicio de una escalada que llegó a su punto más álgido 10 meses después, como una operación simultánea de ataques al Stade de France y a restaurantes y, entre ellos, el centro de espectáculos Bataclán con un saldo de 130 muertos.
Además, fui enviado de La Razón a París en aquellos días y horas tan complejas en las que se mezcló la inquietud por la audacia maligna de militantes del Estado Islámico frente a la respuesta contundente de la sociedad y las autoridades francesas, acompañadas por las democracias en el mundo, condenando y solidarizándose con Charlie Hebdo en la defensa de las libertades y entre ellas, de modo preminente, la de expresión.
En París, cuatro días después de los ataques, se celebró la movilización más grande desde la victoria contra los nazis en los años cuarenta. Los cálculos varían, pero la fuerza de los ciudadanos en las calles se puede medir por la imposibilidad de avanzar más de algunos pasos.
Sí, Je suis Charlie se volvió un eslogan contra la barbarie, pero también como una señal de que algo se había roto, de que venían tiempos más que complejos.
Sorprendió, de alguna manera, la entereza de los sobrevivientes y explica estos resortes Riss, el director de Charlie, en un editorial que conmemora la efeméride de lo ocurrido hace dos lustros, al preguntarse sobre “¿qué es lo que un seminario puede esperar hacer, en su modesto nivel, para combatir esas fuerzas hostiles? En principio, sobrevivir”.
En ello coincide con el jefe de redacción, Gerard Biard, quien pondera que “los terroristas huyeron mientras gritaban que habían matado a Charlie Hebdo, pero se equivocaron porque Charlie continúa”.
Sobrevivieron, por supuesto, y bajo la cobertura de una sociedad que piensa que la libertad de expresión es un derecho fundamental, inclusive cuando se enfoca en cuestiones que pueden considerarse una blasfemia.
En la actualidad, Charlie Hebdo tiene su redacción en un lugar que se mantiene en secreto, para que quienes trabajan ahí lo puedan hacer con seguridad.
Vale la pena recordar que los disparos que lanzaron los terroristas fueron motivados por lo que consideraron ataques por caricaturizar a Mahoma y que lo hicieron mientras gritaban “Alá es grande”.
La mejor forma de recordar a Charb, Wolinski, Cabu, Tignus, Honoré, Bernard Maris, Elsa Cayat, Mustapha Ourand, Franck Brinsolaro, Michel Renaud, Frédéric Boisseau y Ahmed Merabet, es mantener el derecho a expresarse y aparejarlo en no caer en la ingenuidad de creer que los terroristas pueden moderarse.